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  26/06/2013

26Jun

«Y cuando despertó, el dinosaurio seguía allí». El brevísimo cuento de Augusto Monterroso me ha venido a la cabeza a propósito de los últimos movimientos que se atribuyen a AT&T: casi 30 años después de haberse desmembrado el monopolio del Bell System, las telecomunicaciones en EEUU están dominadas por dos operadores – el otro es Verizon – hasta ahora atrincherados en el mercado interno, que ya es bastante bocado. Es verdad que la FCC paró en seco su intento de consolidación con T-Mobile y desde entonces predica estar buscando oportunidades de crecimiento fuera. Por esto habría puesto la mira en Europa o, quizás, en América Latina.

Las confusas versiones – confusas con independencia de quien las filtrara y con qué fines – sobre su presunta intención de lanzar una oferta por Telefónica, más parece un globo sonda que una hipótesis realista. Antes se habló de un supuesto interés por hacerse con EE, el operador británico genéticamente inestable, surgido del matrimonio entre las filiales de T-Mobile y Orange. Si de comprar telecos se trata, habría alternativas menores, más baratas y digeribles, aunque el pinchazo de Carlos Slim en Holanda y Austria sería un buen motivo para contener el impulso. Sin contar con los obstáculos regulatorios que seguramente encontraría: la consolidación de operadores europeos ya es un tabú suficiente como para que encima venga a liarla uno transatlántico.

Según el colega Paul Taylor, del Financial Times, la supuesta ambición de AT&T reflejaría el liderazgo que Estados Unidos, y en concreto AT&T, ha cogido en el despliegue de servicios móviles sobre redes de 4G, un contraste radical con la primacía que Europa tuvo en la anterior generación desde los años 90. «El negocio de la banda ancha está subdesarrollado en Europa – habría dicho Randall Stephenson, CEO del grupo americano – y esta situación abre oportunidades para nosotros».

Una cosa es ver las oportunidades delante de los ojos, y otra estar en condiciones de atraparlas. Stephenson parece obsesionado por corregir un crecimiento que declina en su mercado natural, pero las cuentas de AT&T no son precisamente boyantes: tesorería justita y una montaña de deuda (a la que sumaría la que debería contraer para cerrar cualquier operación que no se pactara como intercambio de acciones). Lo menos que puede decirse es que, si la vulnerabilidad de Telefónica es su deuda, sólo lo sería ante alguien que estuviera en condiciones de hacerse cargo.

Consolidación es palabra que está a la orden del día, pero cada caso es diferente: el de AT&T no tiene nada que ver con las conjeturas acerca de Verizon/Vodafone, y menos aún con la venta de O2 Ireland al grupo Hutchinson, ni con el interés manifiesto de este por comprar Telecom Italia a un consorcio en el que también está Telefónica.

Los analistas estadounidenses que siguen habitualmente el sector creen que este es el peor momento para que AT&T se plantee una aventura exterior; en sus informes, puntúan a la baja los resultados del segundo trimestre, todavía no publicados, tras haber caído los del primero. Opinan que, al menos este año, AT&T debería concentrar sus energías en desarrollar la red en casa para evitar que Verizon amplíe su ventaja. Como mucho, le aconsejan abordar operaciones de servicios de valor añadido, como machine-to-machine [vaya, un campo en el que compite con Telefónica], en otras regiones del mundo, quizá empezando por América Latina, un continente que se le ha escapado por mirarse durante años el ombligo. Finalmente, hay un consenso en que, «por mentalidad», una teleco de EEUU tendría serias dificultades para trasplantar sus modelos de negocio a Europa. Demos por seguro que el asunto seguirá coleando, y la palabra consolidación aparecerá a menudo en este blog.


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