25/04/2018

25Abr

Hay lógica curiosidad por los resultados del primer trimestre, que hoy presentará Facebook al cierre de Wall Street. Digo curiosidad y no expectativa, porque no podrían reflejar los efectos del escándalo del uso fraudulento de datos de millones de usuarios, desvelado a mediados de marzo. Los titulares alarmantes, que preanunciaban una catástrofe para el modelo de negocio de Facebook, empiezan a resultar exagerados.

En primer lugar, porque Mark Zuckerberg ha salido airoso de su prueba de fuego en Washington DC. Los senadores y congresistas que lo interrogaron no parecían entender gran cosa del fondo del asunto: tan obsesionados estaban con la interferencia rusa – facilitada por el engaño de Cambridge Analytics – que les costaría aceptar una verdad incómoda: a los usuarios les trae sin cuidado el asunto tanto en Estados Unidos, que representan el 13% del total mundial y con más razón a los internacionales que son el 87%. Al margen de esa cuestión políticamente explosiva, dos aspectos críticos que la crisis ha puesto sobre la mesa (la propiedad y custodia de los datos personales, y el rechazo de Facebook a ser tratada como un medio de comunicación de masas) apenas fueron esgrimidos en las comparecencias.

En principio, el fantasma de una regulación federal, que pudiera conllevar sanción económica, no parece estar en ninguna agenda, aunque sería aventurado proclamar que ha sido conjurado. Zuckerberg neutralizó de entrada ese riesgo potencial – dicen que aconsejado por Sheryl Sandberg, con más tablas que él –  al comprometerse a extender a los usuarios de todo el mundo las reglas de ´control y protección` del RGPD europeo, próximo a entrar en vigor.

No debe ser sencillo cumplir ese compromiso. Porque, a los pocos días, al comunicar los nuevos ´términos y condiciones` del servicio, Facebook ha excluído de esa responsabilidad a su sede en Irlanda pasándola a la jurisdicción californiana; en caso de litigio, siempre podría argumentar la prevalencia de la ley estadounidense. Es fácil entender por qué: la Unión Europea podría castigar una infracción al RGPD con hasta el 4% de la cifra de negocios global, unos 1.600 millones de dólares. Es improbable que el nuevo reglamento europeo sea replicado en la legislación de Estados Unidos. Curiosamente, Facebook ha aclarado que esto no tendrá efectos fiscales: los ingresos internacionales seguirán facturándose desde Dublin, pero la protección de sus datos será materia de Menlo Park.

Hasta que se demuestre lo contrario, la deserción masiva de usuarios de Facebook es una hipótesis ajena a la mentalidad imperante. Como apunta The New York Times, «aunque las encuestas indican repetidamente que los ciudadanos estadounidenses dicen estar preocupados por su privacidad, lo cierto es que raramente hacen algo tan sencillo como bloquear cookies y otras herramientas usadas para la recogida de sus datos personales». El mismo razonamiento puede valer para Europa, donde los usuarios tienden a considerar Facebook como un elemento esencial de su vida cotidiana: en un reportaje reciente, he leído que una usuaria [no adolescente] confesaba que, tras su cabreo inicial, desistió de darse de baja al reflexionar que, si no fuera por Facebook, sus ´amigos` dejarían de felicitarle el cumpleaños (sic).

Esto en cuanto a los usuarios. Obviamente, la otra pata fundamental del tinglado son los anunciantes. Pues bien, salvo contados casos de oportunismo, su silencio ha sido clamoroso, lo que también tiene una explicación plausible: Facebook es un soporte insustituible para que millones de pymes se den a conocer a través de anuncios segmentados. Lo que me lleva a recordar que, a diferencia de Google, cuyo buscador podría ser sustituído por un competidor, para Facebook no hay alternativa, es una red social única en su género. Si hasta podría decirse que, llegado el caso, una regulación la favorecería al erigir una barrera de entrada a quien quisiera competir con ella.

De lo que no hay dudas es que la cotización de Facebook ha caído de 185 a 162 dólares como consecuencia de la crisis, una pérdida de valor del 15%, que manifiesta una incertidumbre nunca vista desde que salió a bolsa. Sin embargo, tengo comprobado que de los 28 analistas [sin contar intrusos y amateurs] que cubren regularmente su acción, 26 recomiendan comprar y sólo 2 aconsejan quedarse quietos. Como, normalmente, sus clientes son inversores institucionales con posiciones tomadas, es poco probable que estas opiniones puedan conmoverlos.

En el primer trimestre, y con más motivo en el próximo, habrá que observar con lupa la evolución del margen [durante cinco años ha oscilado entre el 45% y el 52%] que, sería lógico, tendría que bajar: si Zuckerberg se pone las pilas, tendrá que incrementar los costes operativos para paliar los problemas e impedir su repetición. Esto no se arregla contratando unos cuantos revisores de textos e imágenes, ni tampoco con inteligencia artificial: lo que Facebook tiene por delante es una reconversión, lenta pero segura, de su modelo de negocios.

Vuelvo a los resultados. Tampoco sería la primera vez que, pese a mostrar buenos números, resulta que las expectativas eran demasiado altas. No es el caso esta vez, pero un placebo nunca viene mal. Está claro que Facebook – y en cierta medida el resto del sector – ha entrado en una era para la que no estaba preparada. Hasta mañana,

Norberto


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