24/03/2014

24Mar

La edición de ayer del New York Times abría con una historia compartida con Der Spiegel, producto de la cascada de documentos difundidos por Edward Snowden y que revelan las andanzas de la NSA. Forma parte de un libro en vísperas de publicación, que desvela lo que cualquier observador podía presentir: mientras Washington vetaba las ventas de equipos de Huawei a los operadores estadounidenses, con base en la sospecha de que pudieran servir como «puertas traseras» del espionaje chino, la agencia federal norteamericana se infiltraba en los servidores de la sede central de Huawei buscando pruebas de oscuras relaciones entre la empresa y el EPL (ejército popular de liberación).

Este era el objetivo primario de la Operación Shotgiant, según un documento de 2010: encontrar argumentos para justificar el bloqueo a Huawei. Un powerpoint de la NSA – que acompaña el reportaje – avisa que «si comprendemos cómo funciona la compañía, podremos entender mejor los planes e intenciones del EPL». Los analistas de inteligencia, colegas de Edward Snowden, se veían legitimados por la denuncia de que los sucesivos ataques sufridos por las redes del gobierno y compañías de EEUU – entre ellas Google – tenían su origen en una llamada Unidad 61398 del EPL, basada en Shanghai y con equipos suministrados por Huawei.

Dos años después, un comité de la cámara de representantes desclasificaba un informe en el que admitía la falta de evidencias, pero llegaba a la conclusión de que «no podemos en absoluto confiar en que estas compañías [Huawei y su compatriota ZTE] estén libres de influencia de un estado extranjero». Un ejecutivo de Huawei en EEUU, William Plummer, expresó al diario neoyorquino su opinión «personal» en estos términos: «la ironía del asunto es que [la inteligencia estadounidense] hacía contra Huawei exactamente lo mismo de lo que supuestamente acusaba a Huawei».

Aparentemente la operación llegó a más, según el NYT: en 2013, se habría logrado interferir dos redes telefónicas chinas para rastrear comunicaciones oficiales. Tras haber conseguido espiar las llamadas de la canciller Angela Merkel – otra revelación de Snowden, publicada por Der Spiegel – a nadie puede extrañar que aplicara el mismo tratamiento a una potencia hostil. Otro objetivo de la NSA habría consistido en infectar equipos vendidos por Huawei a otros países, con fines de vigilancia y – sujeto a aprobación presidencial – eventuales acciones ofensivas. El reportaje no confirma si la agencia lo consiguió o no [quizá se reserva el detalle para el libro en ciernes].

El reportaje se acompaña de una cronología que arranca en 2003, cuando Cisco acusó a Huawei de apropiarse del código fuente, litigio que se cerró mediante un acuerdo privado del que no se revelaron los términos. Dos años después, un informe encargado por la US Air Force concluía en la existencia de un «triángulo digital» formado por el ejército chino, centros de investigación y compañías como Huawei. Sobre esta base, en 2008, las autoridades federales vetaron la compra por Huawei de la compañía 3Com [que luego sería adquirida por HP], y en 2010 persuadieron a Australia para anular la adjudicación a Huawei de un contrato de despliegue de una red pública de banda ancha.

Durante estos años, Huawei ha contraatacado con campañas de imagen, incluyendo la contratación de expertos occidentales en seguridad, para desmentir las afirmaciones en su contra. El último episodio hasta ahora – dice el NYT – ha sido una cláusula secreta en la autorización de la compra de Sprint por Softbank, que condiciona la transacción al compromiso de no adquirir equipos suministrados por la compañía china. ¿A alguien le extraña que el mercado de la ciberseguridad [véase mi crónica de hoy] eche humo?


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