24/07/2014

24Jul

Puede resultar frívolo relacionar la escalada de la situación en Ucrania con las peripecias de una ignota empresa rusa de electrónica. Y sin embargo, esa relación ha sido establecida por una noticia que hay que atender con el siempre necesario escepticismo. He leído en algunos medios que «los ordenadores del gobierno de Rusia pronto usarán chips fabricados en el país, abandonando los de Intel». Supuestamente, sería una represalia por las sanciones económicas de Estados Unidos a raíz del aliento que Vladimir Putin ha dado a la secesión del este ucraniano. Pero, ¿tiene asidero esa suposición?

Según la edición online del diario Kommersant, el fabricante ruso MCST anuncia el próximo lanzamiento de su procesador Elbrus-8C, de ocho núcleos con arquitectura ARM de 64 bits, que ha desarrollado a partir de una subvención gubernamental equivalente a 24 millones de dólares. La capacidad de oferta es aparentemente limitada, pero MCST ya ha comenzado a trabajar en otro procesador de 16 núcleos. En ambos casos, el diseño se hizo en Rusia pero la fabricación habría sido contratada a la compañía taiwanesa TSMC.

A pesar de un comunicado oficial haciendo mención a la voluntad de sustituir las importaciones de procesadores estadounidenses, tiene toda la pinta de un proteccionismo de corto vuelo. Según Kommersant, la demanda del sector público ruso sería de 700.000 PC y 300.000 servidores anuales, por un valor total de 3.500 millones de dólares, y sólo una fracción es suministrada por los fabricantes locales, Depo, Akvarius y Rover Computers, que hasta ahora usan chips de Intel o AMD, los mismos que las marcas asiáticas hegemónicas en el mercado.

El diario moscovita cita a un periodista especializado, para quien «es muy poco probable que los procesadores Elbrus alcancen el rendimiento, y mucho menos el precio, de los de Intel o AMD. Sin embargo, no se puede subestimar el valor de la iniciativa para el desarrollo de una industria en el país para los organismos de defensa, primeros clientes interesados, por obvias razones de seguridad». La dotación financiera del gobierno será aumentada en consecuencia.

Las sanciones económicas aprobadas por EEUU no han afectado el negocio de Intel en Rusia: «somos una empresa estadounidense y estamos obligados a cumplir las decisiones si corresponde, pero lo cierto es que no suministramos procesadores directamente a ninguna de las compañías rusas que aparecen en la lista [negra]», declara el country manager de Intel. No es del todo así, porque la empresa Baikal Electronics estuvo durante un tiempo en la lista negra hasta que le fue levantada la sanción.

El contexto ha alcanzado niveles muy superiores a las sospechas mutuas. Está en juego una materia delicadisima, la ciberseguridad. Un asesor de la Casa Blanca declaraba esta semana a la revista Politico que el daño de las actividades de espionaje entre Rusia y EEUU [al que habría que añadir China] ha reactivado el clima de «destrucción nuclear recíprocamente asegurada» que prevaleció durante la Guerra Fría. «Salir de esta situación requerirá que se restablezca el equilibrio mediante acuerdos bilaterales, para que las partes se abstengan de intrusiones en sus respectivos sistemas de defensa y estructuras industriales y energéticas».

Permítase que resuma aquí la opinión del columnista Gideon Rachman a propósito del peligro de la situación geopolítica en la que el mundo ha recaído: «hay un peligro evidente de que la única manera para Putin de disimular sus errores sea reavivar la atmósfera de crisis y aislamiento, fabricando su propia profecía, en la que Rusia se vería enfrentada a la creciente hostilidad occidental. Sería un peligro para el mundo, en primer lugar para Rusia». Me temo que esta cita confirma que preocuparse por la rivalidad comercial entre procesadores es una frivolidad.


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