Que el 27% de los ciudadanos encuestados por Metroscopia crean que habría que volver a instaurar la peseta, se puede entender como un signo de desesperanza, y en todo caso como un rasgo de desinformación. Pero hay quienes postulan lo mismo por intereses creados. Ojo con ellos. Un tal Mike Reidell, analista financiero, escribe que “la fuga de depósitos [de las últimas semanas] es una respuesta racional a la percepción del riesgo creciente de desintegración de la moneda única; presumiblemente, el nuevo marco se apreciaría radicalmente contra un nuevo dracma o una nueva peseta”. Imaginemos el escenario: “preventivamente, los inversores temen los controles de capital que sería necesario aplicar antes de la ruptura monetaria” [siguen alusiones a Malasia 1997 y Argentina 2001].
Según la postura de Reidell, “para que la eurozona mantenga su integridad a largo plazo, sería necesaria una total unidad fiscal y la abolición de la soberanía individual de los países. Pero Europa parece moverse en la dirección opuesta […] En el núcleo del problema están los desequilibrios de las balanzas corrientes y las disparidades de competitividad entre los países miembros”.
No es lo que piensan las grandes empresas españolas y que, por lo que sabemos, dirá hoy en su nombre César Alierta. “La economía tocará fondo en el cuarto trimestre de 2012. A partir del tercero, el mayor dinamismo en Europa permitirá que el sector exterior compense la demanda interna, hasta que la tasa trimestral de crecimiento llegue a cero en el cuarto. El conjunto del año acabará con una caída del 1,4%, mientras las exportaciones crecerán un 3,4%”.
La visión empresarial se completa con este juicio: “España está viviendo una mejora de la competitividad y productividad sin precedentes (sic), que sostiene el crecimiento exportador y permite mantener el liderazgo en sectores como el turismo y despuntar en otros servicios de valor añadido”. De ruptura del euro, ni hablar, que de eso ya se ocupan los buitres.