22/01/2015

22Ene

He visto una imagen que vale realmente mil palabras. La primera página del Financial Times, con un retrato trucado de Mario Draghi y Angela Merkel, es un magnífico resumen gráfico de las tensiones que rodean la voluntad del Banco Central Europeo de lanzar su programa de compra de bonos, con el que Mario Draghi lleva meses amagando y que al parecer anunciará hoy. Una expectativa que ha disparado la demanda de los inversores por títulos de los países periféricos (con la excepción de Grecia, claro), empujando a la baja los rendimientos: el 4% que España tenía que aceptar hace un año para colocar sus bonos, ha caído esta semana al 1,66%. Pero lo que subraya la imagen del diario asalmonado es la inconmovible reticencia alemana.

Es inevitable volver a preguntarse por el estado de la economía europea. Las compras de activos por parte del BCE – se habla de unos 50.000 millones de euros en dos años, mucho menos que el quantitative easing de la Fed – reducirá los tipos de interés de los bonos denominados en euros, mecanismo que consolidará la depreciación de la moneda única frente al dólar. Se supone que estimulará las exportaciones, pero cabe alguna observación: 1) el comercio exterior de la eurozona es altamente endógeno, lo que neutraliza en buena medida ese efecto, 2) la UE produce un menor volumen de mercancías exportables y ha perdido la batalla de los servicios y 3) la experiencia japonesa demostraría que la devaluación premeditada del yen no ha estimulado las exportaciones tanto como se esperaba.

Está en juego la credibilidad del BCE, que no puede seguir enredando con la promesa de «hacer todo lo que sea necesario» (Draghi). La idea misma de los estímulos monetarios sólo es discutida por los prescriptores de aceite de ricino. Incluso los zelotes de la austeridad han redecorado su discurso: las medidas monetarias – dicen ahora – serán sólo un parche que podría atenuar la ´voluntad reformista` de los gobiernos. Axel Weber, que presidió el Bundesbank hasta 2011, dramatizaba ayer desde Davos, advirtiendo que si afloja el rigor, la liquidez que genere el BCE derrumbará el euro, un espantajo que se ha agitado durante años.

Lean a Martin Wolf: «[…] la eurozona está hundida, víctima del síndrome de deficiencia crónica de la demanda, y es la región más débil del mundo en este momento». Apunta Wolf que la demanda nominal fue apenas un 2% superior en el segundo trimestre de 2014 que en el primero de 2008, mientras que la demanda real fue un 5% más baja.

Si no he entendido mal, el banco central suizo ha disuelto el alineamiento del franco con el euro por temor a quedar atrapado en la maniobra de Draghi, y en esto los suizos actúan como si fueran alemanes. Se debate sobre el riesgo de deflación: los precios evolucionan en la eurozona a una media del 0,7%, muy por debajo del objetivo marcado por el BCE, cercano al 2%. A todo esto, ha empezado el World Economic Forum.

La única vez que estuve en Davos como enviado, hace años, el centro de la discusión era el encarecimiento del petróleo y sus consecuencias; hoy se vive una situación inversa, y a menos que uno piense sólo en su condición de automovilista, es discutible que el abaratamiento sea positivo para la economía mundial [homogéneamente positivo, quiero decir].

El habitual informe que PwC elabora para los organizadores del foro revela que sólo el 37% de los CEO encuestados confía en una mejora durante 2015 (en España es el 39%), siete puntos menos que el año pasado por estas fechas (once menos en España). En el foro alpino se discutirá de esto, sin ninguna duda, pero el tema estrella será otro clásico, la lista de riesgos, en la que gana puntos la ciberINseguridad. Por una vez, una imagen vale por 1.400 palabras.


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