El contraste no puede ser más crudo: los ingresos de Google crecieron un 22% en el pasado trimestre, los de IBM cayeron un 2,2%, una historia repetida. Con 14.400 millones de dólares de facturación, la capitalización bursátil de Google esta en los 395.000 millones de dólares, mientras que la de IBM – una empresa que ingresa 10.000 millones más –no pasa de un valor en bolsa de 192.000 millones. No creo que nadie se sorprenda por estos desfases, pero la verdad es que no son empresas comparables.
Google explota su posición monopólica en las búsquedas de Internet para aumentar cuota de poder sobre el mercado publicitario, a la que vez que experimenta con nuevas vías de negocio cuya monetización es incierta. Por su lado, el esfuerzo de IBM se concentra en atravesar una complicada transición que busca salirse de las actividades de bajo margen – el hardware – y potenciar el software y los servicios, pero este trasvase está costando demasiado, literalmente, y la ecuación está lejos de cuadrar.
Dado el tamaño alcanzado por Google, es asombroso que su cifra de negocio siga creciendo después de multiplicarse por 20 en los últimos diez años. Los beneficios han crecido a un ritmo parecido, pero los analistas temen que no pueda mantenerse indefinidamente a los actuales niveles de costo por clic. De ahí el empeño de la compañía en usar su prodigiosa tesorería para inversiones con las que espera pillar el olor del futuro.
Los problemas de IBM son básicamente dos: ha tardado demasiado en deshacerse del lastre del hardware ´commoditizado` y ha confiado demasiado en los mercados emergentes. Véanse sus cifras del trimestre: la división Systems & Technology – sólo 3.300 millones sobre 24.400 en total – sigue sin levantar cabeza, con ventas un 11% inferiores a las de hace un año [lo que es una mejoría, ya que en el trimestre anterior la caída fue del 23%. En espera de aprobación la venta de activos a Lenovo, aún no ha resuelto sus problemas de competitividad en el almacenamiento, que declina un 12%. Los servicios, en sus dos vertientes, han descendido ligeramente, y sólo el software ha cerrado un trimestre con +1% de ingresos plano, pese a sus éxitos en ciertos nichos relevantes.
Les decía que el otro problema es la decepción que IBM está sufriendo en los mercados emergentes, a los que irónicamente etiqueta como «de desarrollo»: en esos países, sus ventas han declinado un 7% [comparativamente, le va mucho mejor en EMEA, con una progresión del 1%]. En parte, puede sentirse penalizada por las consecuencias del caso Snowden: por ejemplo, en China sus ventas han sido un 11% más bajas que hace un año.
Ante este panorama, Virginia Rometty, CEO de la compañía, sigue atenta a la ratio de beneficio por acción, sabedora de que necesita mantener la confianza de los inversores. En el segundo trimestre ha destinado 3.700 millones de dólares a comprar acciones propias, con lo que ya hay menos de 1.000 millones de títulos en el mercado. El retorno de capital no procede de las operaciones sino de una maniobra bursátil cuyo horizonte ha fijado en 2015.
Rometty tiene, sin embargo, cartas que jugar: invertir y desinvertir. Desde la compra de SoftLayer, sus servicios cloud corren al ritmo de 2.800 millones anuales, y la reciente alianza con Apple para desarrollar su tímido negocio de movilidad es una iniciativa convincente. Por otro lado, la venta – ya autorizada por China pero no por EEUU – a Lenovo de activos en sus servidores del sistema X, va a desatascar su división más problemática. Por fin, uno de estos días se espera el anuncio de la venta de sus fábricas de semiconductores, que en el trimestre tuvieron un bajón de ventas del 18%. De este tema pienso ocuparme mañana.