20/02/2012

20Feb

La semana pasada, un entrevistado hizo en voz alta una reflexión, que pidió no atribuirle: “¿quién puede asegurar que Apple y Google, cuya potencia es innegable, no tendrán tropiezos debidos a un exceso de ambición?”. El comentario tiene miga: las dos empresas son imbatibles en los campos que dominan, pero han cometido errores de juicio cuando se han apartado de ellos para diversificar su negocio nuclear. Ya sé que pasan por un excelente momento financiero y bursátil, por lo que sería una temeridad invocar la palabra fracaso. Aun así, no son infalibles. Curiosamente, las dos han fallado – provisionalmente – en sus intentos de invadir el mercado de la televisión. Volverán a intentarlo pronto, y entonces ya veremos.

Las dudas sobre la infalibilidad de empresas tan exitosas –como de cualquier otra, dicho sea de paso – han reaparecido a propósito de dos informaciones de los últimos días. Google ha suspendido temporalmente la conexión entre tarjetas de crédito y su plataforma de pagos móviles Wallet, tras descubrir en el software un agujero de seguridad que, “en ciertas circunstancias” podría facilitar el acceso no autorizado a datos de los usuarios. Es evidente que las implicaciones de cualquier patinazo en este asunto serían muy serias.

Por su lado, Apple se ha resignado a rebajar dos veces el precio [algo insólito para sus costumbres] y a relajar las condiciones de contratación de anuncios a través de su plataforma publicitaria iAd, que lanzó en 2010 para competir con Google. He leído que hay otro obstáculo sobre el que Apple difícilmente va a transigir: su exigencia de control creativo sobre los anuncios, con el argumento de preservar la calidad de la experiencia de usuario. Y, por cierto, empieza a encontrar las mismas resistencias que Google en el delicado terreno de la privacidad.


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