Imagino que a César Alierta le habría gustado cerrar su trayectoria en Telefónica dejando a su sucesor una deuda más baja y una cotización más alta. Pudo haberlo conseguido, merced a la venta de la filial británica O2, pactada en 10.500 millones de libras (13.000 millones de euros). Por el camino, el regulador Ofcom ha optado por despachar el expediente a Bruselas, donde no esperan tomar una decisión antes de dos meses.
La pelota está en el tejado de la comisaria Margrethe Vestager, que aprobará o en su caso impondrá condiciones a la adquisición de O2 por su competidor Three, propiedad del grupo hongkonés Hutchinson. Es discutible que la operación tenga una dimensión europea sólo porque las dos partes tienen negocios en otros países de la UE. Sharon White, la directora ejecutiva del órgano regulador, no tuvo dudas en considerar estrictamente british la compra de EE por BT, pese a que la primera era filial conjunta de France Télécom y Deutsche Telecom.
Rebobinando: esto ocurre porque BT dejó tirada a Telefónica, con la que había firmado un preacuerdo para comprarle O2; acabó adquiriendo EE, lo que descolocó a todos: 1) Telefónica tenía necesidad absoluta de escapar, porque seguir en Reino Unido implicaba inversiones que su deuda le impedía; 2) Hutchinson, que ya había comprado O2 Irlanda, saltó sobre la presa y 3) Vodafone, de pronto debilitada, concibió la posibilidad de emparejarse con Liberty Global. ¿Un lío? No lo saben ustedes bien.
El regulador británico no disimula su hostilidad al asalto de O2 por Hutchinson. Un documento publicado por White, recurre al título «Análisis econométrico de los efectos de las disrupciones corporativas sobre los precios de las comunicaciones móviles», para, tras comparar la evolución de los precios en 25 países, constatar algo tan sencillo como que son entre un 10 y un 20 por ciento más bajos en los mercados con cuatro operadores, si uno de ellos es ´disruptivo`, que en los mercados con sólo tres operadores en competencia. No es sino una variante de la discusión antigua acerca del número idóneo de operadores que preserve a la vez la competencia y los intereses de los consumidores. ¿Es la consolidación buena para los consumidores? ¿Es la competencia una barrera a la inversión? Francamente: es política, no econometría.
White se ha declarado inquieta por la posibilidad de que el más pequeño – Three – acabe siendo el más grande tras la absorción de O2: controlaría 4 de cada 10 conexiones móviles de Reino Unido. Por su lado, en Bruselas, a Vestager – que ha autorizado a regañadientes alguna consolidación en el continente – ese argumento le ha hecho ver la conveniencia de no quemarse con la patata caliente que ha recibido de Londres.
Vendrá bien un poco de ´deconstrucción`. Al comprador, Hutchinson, la controversia le afecta doblemente, porque espera ver aprobada la fusión de su filial italiana, Tre, con Wind, a su vez propiedad del operador ruso Vimpelcom Por esto, se ha apresurado a prometer concesiones que nadie le había pedido (todavía). La primera: ceder un tercio de la capacidad de red que adquiera, es complicada, porque los cuatro operadores de Reino Unido han combinado sus infraestructuras en dos bloques, uno usado por Three y EE (ahora propiedad de BT) y otro por O2 y Vodafone. La compra de O2 rompe el artificio.
Vodafone, que se quedaría como el más pequeño de los operadores, se opone categóricamente a cualquier solución que considere peor que la anterior. Por lo demás, si el espectro entrara en la ecuación, tanto Three como O2 tienen saturadas sus frecuencias, por lo que la solución de repartirlas con un tercero degradaría la calidad del servicio en un país donde ya es de por sí mediocre.
Three ofrece hacer un aparente sacrificio en materia de precios: congelar durante cinco años la tarifa unitaria por megabyte de datos. La idea ha sido ridiculizada por los analistas porque la tecnología ya ha hecho posible que O2 y Vodafone estén bajando esa tarifa cada año.
En fin, no quisiera abrumar con detalles que son accesorios para el lector español de este blog (y no digamos para el latinoamericano). Sólo he pretendido mostrar que la regulación de las telecomunicaciones en España es un remanso, comparada con el carajal que tienen montado en el país donde se inició la ola de liberalización europea del sector.