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  19/11/2012

19Nov

Cuando, a finales de agosto, publiqué un post titulado Malas noticias de Japón S.A, recibí varios correos con reacciones contradictorias: algunos lectores desconocían que la crisis de la industria electrónica nipona fuera tan grave; otros entendían que mi texto exageraba [uno se aventuró a sugerir que mi texto podía responder al interés de una cierta marca coreana]. Los números hablaban por sí mismos y, lamentablemente, los de Sony, Panasonic y Sharp – que de ellas trataba el post – han ido a peor desde entonces. Las noticias de estos días revelan que no estamos ante un problema exclusivo de un puñado de empresas ni de un sector determinado: la tercera economía del mundo está al borde de la recesión, y el gobierno de Tokio estima que el PIB ha caído un 0,9% entre julio y septiembre, que en términos anualizados equivaldría a un -3,5%.

Desde 2008 (quiebra de Lehman e inicio de la crisis actual), la economía japonesa ha ido de tumbo en tumbo, pero ahora está a punto de hilvanar los dos trimestres consecutivos de PIB negativo, que técnicamente definen una recesión. Para cerrar con números positivos el año fiscal (que en Japón acaba en marzo) sería necesario crecer un 3,9% en los dos trimestres próximos, algo que puede darse por imposible. Esta vez no puede culparse al tsunami, sino al descenso de las exportaciones, un fantasma que desde hace tiempo ronda la economía del país.

En el tercer trimestre del año, las ventas al exterior han bajado un 5%, mientras el consumo interno y la inversión retrocedían al unísono. Otras economías asiáticas (Corea, Taiwan y Singapur, no así Vietnam) están sufriendo el descenso de la demanda en Europa y en China, pero sólo en Japón se da el caso de que la economía interna es demasiado débil para compensar esa circunstancia.

Se añade algo con lo que nadie contaba: el inflamado conflicto con China en torno a las islas Senkaku / Diaoyu (según sus nombres respectivos) ha paralizado las ventas de productos japoneses en el mercado chino: en septiembre, el déficit comercial calculado por el Banco de Japón ha sido el más amplio desde 1993. Mientras, la demanda interna ha perdido el impulso coyuntural que aportó la reconstrucción tras el desastre de marzo de 2011. Los economistas vuelven a enumerar los problemas crónicos del país: población envejecida, fuerza laboral recortada por el colapso del paternalismo corporativo, una deuda que proporcionalmente al PIB es la más alta de los países industrializados, y la posibilidad de un inminente «abismo fiscal» en versión local. En este cuadro, al menos a los japoneses ningún catedrático iluminado les dirá que han vivido por encima de sus posibilidades y que ahora toca austeridad, que ya vendrá el crecimiento.


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