18/06/2019

18 de junio 2019

Que Facebook barruntaba la creación de un medio de pago propio era algo que se sospechaba desde que en 2014 fichó a David Marcus, antiguo presidente de PayPal. Al año siguiente, añadió a Messenger una función para el envío de dinero entre usuarios, pero el experimento no gustó a nadie. Hasta que el pasado abril, Mark Zuckerberg anticipó a su parroquia de desarrolladores que Marcus encabeza el equipo que lleva más de un año trabajando en el lanzamiento de una moneda virtual o criptomoneda, cuyo anuncio formal está previsto hoy.

Esto es mucho más que una diversificación de un modelo de negocio que se basa en la recaudación publicitaria. Tiendo, desde mi mentalidad viejuna, a preguntarme por qué diablos Mark Zuckerberg, con tantos líos de reputación, en general relacionados con la privacidad de los datos de sus usuarios, se mete ahora – justamente ahora – en el frondoso jardín de los servicios financieros. Probablemente la respuesta sería que porque no puede echarse atrás, o porque es una inercia natural de su modelo.

Las criptomonedas – es decir, las que se basan en la tecnología de blockchain – emergieron hacia 2009 con la creación del bitcoin, pero no han logrado reconocimiento masivo, más allá de unos cuantos techies afines y algunos activistas. Tal vez porque han abundado las anécdotas negativas y porque los gobiernos y los bancos han estudiado a fondo el fenómeno pero no le dieron oxígeno.

Se presenta una circunstancia nueva. Si Facebook, con sus 2.400 millones de usuarios activos mensuales, no fuera capaz de ganar la confianza del público, ¿quién podría hacerlo? Bueno, incluso con una fracción de esa masa  bastaría para aumentar radicalmente el número de  feligreses de las monedas virtuales, pero para que ocurra antes habrá que superar no pocos obstáculos.

En primer lugar, Facebook necesita distanciarse de la sombra del bitcoin, para lo que su moneda se definirá como una stablecoin: su valor (esto es, su cotización como signo de aceptación) fluctuará vinculado al valor del dólar o, alternativamente,  a una cesta de monedas de referencia. No lo determinará un algoritmo que no rinde cuentas de la racionalidad de sus decisiones.

Aunque no satisfaga a los dogmáticos, esto  equivaldría a someterse (con alguna flexibilidad tolerada, claro) a las reglas dictadas por las autoridades monetarias, aunque sólo fuera para no incurrir en la sospecha de servir como instrumento de transacciones ilícitas. ¿Convalidarán la iniciativa los reguladores? ¿La bloquearán en sus jurisdicciones nacionales? Quizá sea el motivo por el que se ha dejado trascender la reunión que el fundador de Facebook mantuvo hace dos meses con el respetado Mark Carney, gobernador saliente del Banco de Inglaterra. El objetivo era conocer una opinión fundamentada e influyente.

Aunque se van a apoyar en una misma base demográfica – los usuarios de sus tres plataformas – Facebook y su moneda tendrán que separarse funcionalmente. Al parecer es la razón por la que la compañía ha registrado en Suiza una fintech bajo la figura jurídica de trust y la finalidad de desarrollar software e infraestructura relacionados con la tecnología DLP (blockchain), medios de pago, gestión de identidad y análisis de datos. Más claro:  Facebook cede la gobernanza de su instrumento monetario, lo que hay que interpretar como una medida defensiva contra las posibles acciones antitrust, a la vez que como una forma de descentralización que forma parte del ideario de los partidarios de las monedas virtuales.

El envite trasciende las fuerzas de Facebook, por lo que necesita compañeros de viaje. Ha convencido a Mastercard, Visa, PayPal, Uber y Booking.com, entre otros, para que financien con  10 millones de dólares cada uno la creación del consorcio suizo. Al final, es poco dinero y, como poco permitirá a esos socios meterse en la cocina de un instrumento que un día podría transformar sus modelos de negocio.

En  un comprensible deseo de legalidad, se ha especulado sobre el papel que podrían desempeñar Coinbase y Gemini como intermediarios en la conversión a monedas de curso legal. Por un lado, a Facebook le interesa que el vínculo flotante con el dólar sea visible, pero también que las transacciones dejen un margen que justifique la existencia de una moneda distinta. Hay dos aspectos curiosos en la versión publicada: Marcus dimitió hace meses (¿preventivamente?) del consejo de Coinbase, mientras que Gemini tiene algo precioso que aportar, cuenta con la autorización del estado de Nueva York para operar como cambista de monedas digitales por dólares.

Quedan demasiadas incógnitas en esta iniciativa: garantías de protección de datos personales, cómo presentar la información financiera y a quien, en cuántos países se lanzará inicialmente, extraterritorialidad de las transacciones, previsiones en materia de fiscalidad. Etcétera.

Uno de esos etcéteras es el efecto que tendría sobre el depreciado bitcoin: ¿acabaría con su menguada credibilidad al ocupar su lugar en el imaginario? O ¿le daría una renacida legitimidad? Como el asunto dará mucho que hablar próximamente, lo dejo en este punto. No sin antes dejar apuntado que esta iniciativa de Facebook, tanto si sale bien como si no, puede inspirar a otros – concretamente pienso en Amazon – interesados en emularlo o en corregirlo si fuera el caso.


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