A medida que se acerca el día de la salida a bolsa de Facebook, se elevan las apuestas y también sube la toxicidad de las informaciones. La compañía y sus banqueros han decidido que el precio de salida será el máximo de la horquilla, 38 dólares por acción; lo que equivale a una valoración inicial de 104.000 millones de dólares. Si han tomado esa decisión, será porque les consta que las órdenes de compra superarán los 14.700 millones de dólares de la oferta. Y calculan que los inversores minoristas se quedarán sedientos.
No faltan escépticos. Por ejemplo, ese inversor inseguro que declara: “a ese precio, demasiadas cosas tendrían que salirles bien para que la inversión se justifique por un retorno a largo plazo”. Hay muchos así. En medio de la euforia, una mala noticia inoportuna. General Motors ha cancelado su campaña de 10 millones de dólares en la red social. No es una muestra de confianza, desde luego.
Al hilo de lo anterior, he leído un comentario inteligente: Zuckerberg ha convencido a medio mundo de que lo suyo es una red social, pero en la práctica es una compañía de medios, que vive de la publicidad y tendrá que pelear por ella en un mercado muy competitivo, pero de poco le valdría reventar los precios, porque su producto no es comparable. Martin Sorrell, chairman del grupo de agencias WPP, dice que ni siquiera está seguro de que la publicidad funcione en un entorno dominado por el ruido de la conversación. Colofón: lo que Facebook necesita es diversificar sus fuentes de ingresos.