Llama la atención que en la campaña electoral, los candidatos (los cuatro principales, al menos) luzcan tan convencidos de que la economía española va por libre y la política económica se decide en Madrid, contra toda evidencia. No he leído ni escuchado – ni de ellos ni de sus asesores – argumentos que incorporen una variante fundamental, los avatares de la economía mundial y las decisiones ajenas que condicionarán sus márgenes de maniobra, en el gobierno como en la oposición, durante la legislatura que se elegirá el domingo próximo.
Sin más rodeos, hoy por la tarde se espera que la Reserva Federal eleve su tipo de interés de referencia, por primera vez desde 2008. Será sólo un cuarto de punto, pero si tuviera que volver a subirlo en 2016, la presidenta de la Fed, Janet Yellen, se cuidará mucho de decirlo ahora mismo. Los mercados de bonos, cada vez más poderosos, y a su manera las bolsas, ya tienen descontada la subida del precio del dinero, así que no habrá sorpresas ni polémica. A su vez, los agentes de la economía real –entre ellos las empresas de TI y sus clientes – no tienen tan claros los efectos del movimiento. Saben, por supuesto, que es un reconocimiento oficial de que los riesgos recesivos han pasado para la economía estadounidense, embarcada en una fase ascendente pero que no puede tirar sola de la economía mundial, si otros bloques y países no acompañan.
El primer objetivo de la Fed es generar inflación – lo que para muchos hubiera sido anatema tiempo atrás – y mantenerla bajo control. El índice de precios al consumo en EEUU ha subido sólo el 0,2% en los últimos doce meses, y la inflación subyacente [que excluye alimentos y energía] está en el 1,9%. Al dar un empujoncito al precio dinero, se busca provocar que el CPI [nuestro IPC] alcance en dos años al 2%. El desempleo ha caído del 10% al 5%, creando 13 millones de empleos, por lo general precarios y mal pagados [¿a alguien le suena?] situación que, en teoría, debería inducir a las empresas a subir los salarios para contratar mano de obra. Pero no mucho, porque la producción podría desplazarse fuera. Por cierto: la productividad ha bajado.
Una consecuencia probable sería la apreciación del dólar, perspectiva que dislocaría nuevamente el comercio mundial, sobre todo ahora que China juega sin disimulo a la depreciación del yuan . En fin, nadie ignora que la economía mundial es un ´ecosistema` interconectado, y que la divergencia del ciclo a ambos lados del Atlántico es un factor de riesgo.
A diferencia de Estados Unidos, Europa sigue estancada en un crecimiento mínimo y, en el mejor de los casos, francamente lento. En el conjunto de la zona euro, la demanda es todavía inferior a la anterior a la crisis, y el desempleo ha bajado sólo unas décimas desde el pico que alcanzó en 2013. Conviene no engañarse ni engañar: los europeos seguiremos dependiendo de la metadona que se administra en Frankfurt: el BCE ha tomado la inusitada iniciativa de avisar desde ya que tiene intención de prolongar las inyecciones de liquidez [60.000 millones mensuales, que se dice pronto] por seis meses adicionales, hasta marzo de 2017 («y más allá si fuera necesario», según Mario Draghi).
El economista italiano Marco Valli, que conoce bien a su paisano Draghi, comenta que el presidente del BCE «quiere guardarse pólvora seca por si fueran necesarios más estímulos». Una mayor agresividad del BCE probablemente tropezaría con la resistencia alemana, ortodoxamente obsesionada con una inflación que no se ve por ningún lado: cerrará 2015 al 0.1% y, de seguir así las cosas, no iría más lejos que el 1% a finales del año próximo.
En estas condiciones, algunos indicadores españoles podrían resultar engañosos: es cierto que el consumo se ha reactivado, pero en general es un consumo cutre, espoleado por los descuentos [y salga el sol por Antequera] o que acentúa la dualidad social [francamente, no me parece un buen síntoma que los coches con más demanda sean los de gama alta]. La inversión, que probablemente es lo que anhelan muchos lectores, sigue adormecida, cuando no congelada; no pocos de mis interlocutores opinan que no se despertará hasta que se supere lo que ellos interpretan como incertidumbre política.