© Peter Brookes / The Times
La viñeta de Peter Brookes caricaturiza con trazo grueso el oportunismo de Boris Johnson; en menos de seis meses ha pasado de fijar un límite del 35% a la presencia de Huawei en las redes 5G de Reino Unido a capitular ante las exigencias de Donald Trump de sancionar a la compañía china con un veto completo. El alineamiento de Johnson con Trump no tiene nada de sorprendente, pero marca un punto de inflexión: es un precedente para que otros países hasta ahora reticentes hagan lo mismo. Si alguien ha pensado que la discusión era sobre 5G y sus (presuntos) riesgos para la seguridad, habrá pecado de ingenuidad. Se trata de frenar las ambiciones de China, de las que Huawei sería un instrumento.
El pretexto para el viraje que fuerza a los operadores británicos a romper amarras con Huawei, es bastante tosco. En enero, el National Cybersecurity Centre (NCSC), dependiente de los servicios de inteligencia de Reino Unido, dio su visto bueno a que se mantuvieran esos vínculos con una compañía que calificaba como “suministrador de alto riesgo”. Sobre esa base, Johnson autorizó una cuota de mercado limitada de Huawei en el acceso a las nuevas redes 5G, aunque las excluyó de participar en el core.
Esta decisión de Johnson alivió las preocupaciones de sus antiguos socios de la UE, pero provocó un ataque de ira en Donald Trump. Es una historia conocida, que ha durado poco. El pretexto para pedir al NCSC un nuevo dictamen, vino servido por la prohibición estadounidense a que cualquier empresa, de cualquier país, vendiera a Huawei hardware o software que llevara algún componente norteamericano o protegido por patentes de titularidad norteamericana.
EL NCSC rectificó su recomendación, por considerar que la sanción supone un “cambio material significativo”, un riesgo prácticamente cierto de que Huawei no podría cumplir sus compromisos con Reino Unido. Y que aun en el caso de que encontrara alguna forma de saltarse la prohibición, Estados Unidos siempre podría adaptar sus reglas para hacerla cumplir. Ian Levy, director técnico del NCSC, explica en su blog que Huawei tiene ante sí un “enorme reto de ingeniería” que podría obligarla a modificar sus procesos y productos, lo que a su vez “probablemente traería nuevos problemas de seguridad y fiabilidad”.
En consecuencia, el gobierno de Londres ha decidido que a partir del 31 de diciembre no se podría adquirir equipos de red a Huawei y que los operadores tendrán de plazo hasta 2027 para desmontar los que tengan actualmente instalados. Se excluye, al menos por ahora, los de generaciones anteriores, por no estar demostrado que impliquen riesgos de seguridad (sic).
Los hechos se han precipitado en pocos días. A las presiones de Trump se han sumado las voces que, desde dentro del partido Conservador, han puesto en jaque a un primer ministro ya muy debilitado por sus torpezas en la gestión de la pandemia y la reapertura de la actividad económica. La retórica del Brexit ya no basta para dar estabilidad a un gobierno investido el año pasado por mayoría absoluta: la prensa se ha hecho eco de posibles sustitutos si Johnson no se plegara a esas exigencias.
El ingrediente que faltaba lo han proporcionado las propias autoridades de Pekín, con una nueva ley de seguridad para Hong Kong [recuerden: un país, dos regímenes] que equivale a enterrar el tratado firmado en 1997 por el que se rige la transición en ese territorio ex británico hasta que China asuma la plena soberanía. Es fácil entender que las relaciones entre Reino Unido y China han tocado fondo y se esperan represalias en ambos sentidos. Por cierto, las encuestas revelan que el 83% de los ciudadanos británicos apoyan la línea dura frente a Pekín.
¿Qué tiene que ver Hong Kong con Huawei? La pregunta es falaz: por mucho que la compañía se desgañite diciendo que es una empresa privada [aunque no cotizada, lo que aumenta las sospechas] y que no responde a instrucciones políticas, ambos argumentos son tan difíciles de creer como las acusaciones – nunca probadas – de que sus productos esconden algún misterioso elemento de espionaje.
De tal manera que lo que dio en llamarse ´guerra comercial` entre Estados Unidos y China – formalmente en una fase de tregua – ha sido desbordada por un estadio superior, más propio de una ´guerra fría` entre las dos superpotencias. Reino Unido, que una vez consumado el Brexit aspira a ser socio preferente de Estados Unidos, está obligado a jugar con las reglas escritas en la Casa Blanca.
En estos momentos, un bloque central de la política internacional gira en torno a la toma de control efectivo del régimen chino sobre Hong Kong y las mutuas exhibiciones de fuerza en el mar de China meridional. En la práctica, los operadores británicos han quedado han quedado atrapados en la lógica de una confrontación que durante un tiempo creyeron poder soslayar. Eventualmente, les quedaría algún margen para negociar compensación económica por los costes que tendrán que afrontar para cumplir con la decisión gubernamental. Entretanto, algunos llevan un par de meses revisando sus planes de despliegue.
El movimiento de fichas iniciado por Trump apunta más lejos. Se pretende que el grupo de los “cinco ojos” [que comparten estrategias de inteligencia], a saber: Estados Unidos, Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda y Canadá, proscriban a Huawei [ya sólo queda Canadá, que se lo está pensando]. El siguiente objetivo es sumar a esa coalición otros cinco países que han sido etiquetados como D10, para lo que se espera reclutar a India, Corea del Sur y Japón (no se adivina quiénes podrían ser los dos restantes].
Angela Merkel apoya la actitud de Deutsche Telekom – en la que el estado retiene una participación de capital – de no tomar posición contra Huawei, básicamente porque una ruptura con China tendría impacto negativo sobre la economía alemana; pero no todos en su partido comparten su punto de vista. Por razones análogas, el gobierno francés intenta no crearse problemas innecesarios, mediante la fórmula de que Orange prescinda de la compañía china en el país pero instale equipos en el extranjero. Italia no ha bloqueado a Huawei, pero el gobierno ha creído oportuno recordar que tiene el poder de vetar las compras de los operadores del país por razones de interés nacional. Mientras, al gobierno español le gustaría que la Comisión Europea coja la patata caliente. Este martes, el consejero de Seguridad Nacional de Trump se entrevistó en París con sus “homólogos” alemán, francés e italiano tratando de sumarlos al frente antichino; que se sepa, no ha tenido contactos con ningún representante español a ese nivel.
Para completar este panorama, queda por decir que las consecuencias de la decisión británica son devastadoras para Huawei. Ante la expulsión de Reino Unido – y eventualmente de algún otro mercado europeo – Ren Zhengfei, su fundador, difícilmente podrá repetir en este caso la frase que dijo hace poco al Wall Street Journal: “francamente, podemos sobrevivir sin Estados Unidos”.
Porque Reino Unido ha sido la plataforma preferida de Huawei en Europa. Financia, a instancias de gobiernos anteriores, un centro de evaluación de sus tecnologías y, sobre todo, ha apostado por un peculiar modelo de lobby, fichando mercenarios de la clase empresarial británica como Lord Browne, que durante cinco años ha chupado del bote pero ha saltado del barco esta misma semana, en el peor momento para la compañía de la que era chairman no ejecutivo.
¿Qué efectos tendrá este guirigay sobre los despliegues de 5G? Está suficientemente claro que China – y en especial Huawei – reúne condiciones para ejercer la hegemonía sobre el mercado mundial. Pero, al menos en Europa, es muy posible que la confusión, además del poco entusiasmo de la demanda por distintas razones, – provoque retrasos y una reflexión generalizada sobre la pertinencia de esta carrera. Otra cuestión clave a dilucidar es la capacidad real de los competidores occidentales para ocupar los espacios que Huawei tendrá que dejar a medida que se le cierren puertas. A priori, la coyuntura parece ser favorable a Ericsson y Nokia, pero no está escrito que este duopolio sea más deseable que el terceto actual. Irremediablemente habra que volver sobre el asunto,
Norberto