No puedo menos que coincidir con el buen reportaje de Jordi Goula, mi compañero en La Vanguardia, que en cierta medida ha basado en sus conversaciones con profesores del Iese barcelonés. En esta escuela de negocios – dice – la definición de emprendedor no es la misma que se ha difundido en los medios. Reproduce la opinión de la profesora Julia Prats: «haríamos bien en desmitificar la imagen del emprendedor heroico, porque ayuda a crear la idea de que forzosamente nos hemos de buscar la vida fuera de la empresa. Y no siempre es así, sino sólo una parte de la verdad».
La clave del asunto está en que se ha sobredimensionado el papel del emprendimiento externo y se ha descuidado la retención del talento. Consultado por Jordi, el consultor Antonio Flores dice estar convencido de que «fomentar el emprendimiento como medida – entre otras – para el autoempleo y la reducción de las cifras del paro, puede ser contraproducente: cuanto más fomentamos el emprender más vaciamos nuestras empresas de capital humano y de energía que necesitamos para ganar dimensión y competitividad».
Lo poco que yo puedo añadir de mi cosecha es que se han combinado factores de distinto origen. Por un lado, los ajustes de personal en las empresas se han hecho a menudo facilitando la salida de gente mejor dispuesta o mejor preparada para tomar iniciativas propias, una manera de evitarse conflictos. Por otro lado, pesa el objetivo político de «limpiar» la estadística de desempleo, principal baldón de la economia española en los últimos años. Y ha contribuído no poco la propaganda mediática: hasta la televisión ha creado formatos – discutibles – para convencer a los ciudadanos de que el mejor futuro que pueden labrarse tras perder el empleo consiste en invertir sus finiquitos en la creación de una empresa propia. No tengo más que pasearse por LinkedIn para ver cuántas personas que he conocido trabajando en tal o cual empresa se presentan ahora como consejeros delegados o directores generales de sí mismos.
Como en casi todo, hay experiencias exitosas (pocas) y fallidas (muchas), pero no es el aspecto que quería traer hoy a mi newsletter. Según Flores, cada vez que ha tratado de implementar modelos nuevos en compañías que otean una reactivación – que las hay – se ha encontrado con la insuficiencia de gente preparada: «algunos se han marchado y a otros los han echado en medio del torbellino de la crisis». En el reportaje, esto se identifica con una variante del refranero español: para vestir un santo (las cuentas de resultados) se ha desvestido a otro (la capacidad de ganar dimensión y competitividad).
El diagnóstico es severo para la corriente imperante: «estamos purgando lo que se hizo mal. En la crisis, por operatividad y táctica, se quería sólo a gente ejecutiva, pero estas personas no pueden [por sí solas] ´traccionar` una empresa», resume el consultor Flores.
La alternativa que se propone es fomentar el ´intraemprendimiento`, neologismo que implica retener dentro de la empresa la iniciativa de los emprendedores potenciales. David Giménez, director de Pimec, asociación de pymes catalanas, aporta su visión: «entre los emprendedores, la mortalidad (sic) es muy alta y no hay retorno para la inversión que se ha realizado […] En una empresa consolidada, viable y con recorrido para entrar en mercados globales, se pueden conseguir mejores retornos que si lo hace un emprendedor individual». Con mis mejores deseos.