Richard Waters, jefe de la oficina del Financial Times en San Francisco, ha escrito una crónica bienhumorada, y certera, acerca de los hombres de negocios europeos que «peregrinan» al Silicon Valley – en busca de ideas inspiradoras que pudieran aplicar a su regreso, una semana después. Al término de la visita, bromea Waters, muchos sienten que han pasado por una experiencia casi espiritual, pero las posibilidades de que lo vista y aprendido les sea de verdadera utilidad en sus países, son escasas. Es lo que suele llamarse ´brecha cultural´: pocas compañías están preparadas para responder con presteza al reto de los nuevos modelos de negocio.
Los visitantes suelen llegar en grupos organizados, y el movimiento es de tal intensidad que varias empresas locales han creado equipos que se ocupan de acogerlos. Nada es gratuito, por supuesto. Una mañana en las sedes de Google, Facebook o Cisco no es para cualquiera, y los huéspedes la disfrutan con una actitud que Waters – ay, ese sarcasmo – equipara a la que quienes pasan quince minutos en la Capilla Sixtina. De todos modos, hay clases: sólo los VIP tienen derecho a dar una vuelta en el coche sin conductor de Google, o de comer en el sushi bar de la nueva sede de Facebook. Los otros, por lo general, forman parte de grupos, no muy numerosos, organizados por cámaras de comercio o, en el caso español, por las CCAA. Las escuelas de negocios programan estancias como parte de sus master. Unas y otras tienen a gala estar cumpliendo el objetivo de promover el entrepreneurship, y ningún lugar en el mundo parece más indicado para el aprendizaje que la bahía de San Francisco.
Muchos de esos viajeros sólo descubren in situ que son minoría los emprendedores locales que se dedican a las redes sociales: hay mucho software de empresa, mucho networking, mucho almacenamiento, etc. Una sorpresa para los ingenuos que creen tener una idea para emular a Mark Zuckerberg.
Como algunos lectores saben, viajo con cierta frecuencia a California con un grupo – organizado por un consultor – de periodistas europeos. En alguna ocasión, he coincidido con emprendedores españoles, cuya base de operaciones es Plug&Play, que funciona como business accelerator. El objetivo es montar una plataforma de desembarco para, en el momento oportuno, montar una startup – fiscalmente basada en Delaware – participada por una inversión inicial española. He conocido experiencias muy interesantes, pero francamente ninguna – bueno, quizás una o dos – de esas que yo llamaría casos de éxito. Jerôme Lecat, un emprendedor francés transplantado a San Francisco – ya ha vendido dos empresas fundadas por él – me decía el año pasado: «es verdad que aquí sobra liquidez para nuevos proyectos, pero tienes que estar en carrera muy temprano, para producir algo de verdadero valor, no un powerpoint, que eso no lo cree nadie, antes de la primera ronda de financiación; de lo contrario, no has aprendido nada y habrás perdido el tiempo»