© Ingram Pinn / Financial Times
Tras el año del coronavirus, llega el año de las vacunas, bienvenidas sean. Al iracundo Trump le sucederá la templanza de Biden. Y una vez consumado el Brexit, las partes han pactado una transición que evita causar más daños en la relación entre Reino Unido y sus antiguos socios. Por su lado, sin apearse de su autoritarismo, Xi Jinping ha cerrado un acuerdo sobre inversiones con la Unión Europea que pretende servir de modelo para el alivio de la confrontación con Estados Unidos. Imaginará el lector por qué empiezo 2021 ocupándome de estas cuatro capas del contexto que va a condicionará la vida de un sector que, con demasiada frecuencia, tiende a mirar sólo su ombligo (digital, por ser cortés).
UNO. Hay que celebrar la rapidez con la que se han desarrollado las vacunas y a la vez resistirse a la ilusión de que las campañas de vacunación puedan restablecer el estado precedente. Durante todo 2021, se espera un enorme esfuerzo para inmunizar a un alto porcentaje de la población. Es preciso aceptar que puede haber rebrotes y mutaciones, con la preocupación consecuente.
Tal vez nunca llegue a calcularse el coste real de la pandemia, pero al menos tenemos atisbos. Uno de ellos lo ofrece el Banco Mundial, que en su fresquísimo informe Global Economic Prospects ha estimado que la economía mundial se habrá contraído un 4,3% en 2020, lo que lleva a calcular que se habrán perdido unos 10 billones de dólares en bienes y servicios no producidos ni aprovechados.
“Sin la pandemia, el PIB mundial no sólo hubiera sido muy superior sino también muy diferente. En vez de mascarillas, vacunas, videoconferencias y reparto a domicilio, habríamos podido dedicar recursos a actividades más productivas”, advierte el último número de The Economist. Este semanario encuentra un modo de medir empíricamente esa pérdida: calcula que equivaldría a nueve veces el valor inmobiliario total de Nueva York, que ya es decir. De ese total, unos 2 billones de dólares habrán recaído sobre la zona euro, mientras el coste para Estados Unidos sería de 1,7 billones y la cuota china supondría unos 680.000 millones de dólares. En perspectiva, el Banco Mundial avizora un 2022 en el que el PIB mundial volverá a crecer, pero será todavía un 4,4% inferior a las predicciones publicadas a finales de 2019, antes de saberse del coronavirus.
¿Habrá recuperación? Desde luego que la habrá. Pero la suposición – en sí misma banal – de que tendrá forma de V, parece desfasada: puestos a jugar con el alfabeto, los economistas se decantan por una K, con la que vaticinan efectos muy desiguales entre bloques, países, comunidades, sexos y generaciones. Dentro de la UE, todo estímulo será insuficiente o no llegará antes de finales de 2021, pero se da por segura una cierta manga ancha en espera de los recursos asignados. El desempleo, la deuda y la inflación serán tres categorías que van a resucitar los desacuerdos entre corrientes económicas, por ahora centrados en la gestión del gasto.
Gracias a la liquidez – supuestamente ilimitada – proporcionada por los bancos centrales, no se espera una inestabilidad sistémica. Los tipos de interés funcionan como placebo pero no como cura; en algún momento reaparecerán los zelotes de la disciplina fiscal, sospechosamente callados en tiempos de emergencia.
DOS. En el plano internacional, no se puede esperar de Joe Biden más de lo que sensatamente puede ofrecer. Ahora mismo, parece tener casi todas las cartas de la baraja gubernamental, pero hay demasiadas reformas pendientes – en este sentido, su presidencia puede considerarse la restauración de Obama – demasiados dislates que corregir. Sería prematuro valorar si, tras el macabro episodio del Capitolio, el nuevo presidente podrá contar con la buena voluntad de una oposición en estado de shock.
Biden tratará de recuperar la multilateralidad en los grandes asuntos globales, pero la polarización ha llegado tan lejos que es difícil ser optimista acerca de la coexistencia entre potencias naturalmente hostiles, más allá de gestos (¿recíprocos?) de distensión calculada. Desde la óptica del sector tecnológico, puede ser trascendente apreciar el cambio de tono en las relaciones con China; aunque no está de más recordar que demócratas y republicanos comparten posiciones críticas.
Por esto, sin atizar otra vez la secuencia de sanciones y represalias, ambos partidos tienen interés común en contrarrestar la carrera china hacia la supremacía en campos en los que Estados Unidos se sabe deficiente. La nueva administración aplicará, con menos agresividad, medidas que permitan a Estados Unidos recuperar cadenas de suministro que durante décadas ha dejado caer en manos chinas.
Habrá que estar atentos a la agenda climática de Biden, por varias razones: pese a su sensatez, chocará con el legado del trumpismo y, segunda, podría suponer un salto adelante en las inversiones tecnológicas de los próximos años, otra clave de la esperada reactivación económica.
Otra complicación será la gestión de las amenazas de ciberseguridad, que han llegado a infiltrarse en el pulmón del gobierno estadounidense. Un informe del Eurasia Group nos recuerda que “Los gobiernos y el sector privado no han hecho progresos hacia el establecimiento de normas que regulen el comportamiento de los estados en el ciberespacio”. En su lugar, dice, se ha perdido el tiempo jugando a denunciar y avergonzar al adversario, con lo que las rivalidades geopolíticas se han puesto aún más de manifiesto. La administración Biden empezará por coordinar sus variados organismos de seguridad, pero en algún momento tendrá que decidir si le conviene tomar represalias contra Rusia por el gravísimo ataque a SolarWind. “En esta atmósfera – avisa el analista Ian Bremmer – existe el riesgo de cometer errores de cálculo que, en lugar de contención, desencadene una escalada de nuevos ataques recíprocos.
TRES. Como era previsible, el Brexit ha acabado mal, si es que ha acabado, que es muy discutible. La Unión Europea se ha resignado a un acuerdo que evita males mayores: minimizará los daños durante 2021 y evita que la otra parte se arroje al abismo: el divorcio será gradual y pactado. Para Bruselas, lo mejor del acuerdo es que, después de esta experiencia, a ningún otro socio del club se le ocurrirá pedir la baja.
En este asunto, ha habido más unidad de criterio en Europa que en casi cualquier otro que se haya puesto sobre la mesa. Uno de los logros más apreciables es la muy delicada preservación del estatus de Irlanda, que evita la reinstauración de una frontera en la isla. Las dos partes ha hecho concesiones, pero el desenlace es sin duda bueno para los 27: refuerza la unidad de mercado de 450 millones de ciudadanos y, a cambio, los productos británicos entrarán en el espacio comunitario sin aranceles pero sujetos a controles aduaneros. Ahora toca que todos – incluidas por supuesto las empresas españolas del sector – se acostumbren a tratar de otra manera a sus pares británicos, como si no fueran europeos.
CUATRO. Gran parte del mérito en esas negociaciones hay que reconocerlo a la presidencia alemana de la UE en la segunda mitad de 2020. En esta medida, Angela Merkel ha sido pieza clave en la desarticulación del discurso populista y de los nacionalismos. Pero llega la hora de retirarse antes de finales de 2021 y el panorama de su sucesión está lejos de garantizar la continuidad de sus políticas.
Por cierto, a la determinación y mano izquierda de la canciller alemana se puede atribuir la aprobación del fondo de recuperación europea que repartirá 750.000 millones de euros entre los 27. En las postrimerías de 2020, impulsó el mencionado acuerdo con Pekin, un marco jurídico para las inversiones, que representa una línea propiamente europea que, llegado el caso, podría resolver contenciosos que enquistados por lo que ha visto como seguidismo europeo a ciertas políticas de Trump, como el acoso a Huawei. Entre otros asuntos de interés, se busca relajar las tensiones acerca de patentes y protección industrial.
Bien. Hasta aquí llegan mis comentarios personales sobre el contexto global que influirá este año sobre el sector de cuyo análisis se ocupa este blog. Me adelanto a una observación plausible: la omisión de la situación económica y política de España, que obviamente forma parte de ese contexto, es deliberada. No es que lo descarte ni soy de quienes fingen que cuando hablan de tecnología no están hablando de política. Pero esta vez he pensado que los lectores estarán tanto o más familiarizados que yo.
Norberto