No ganamos para sustos. Es cada vez más frecuente que las empresas del sector atribuyan sus contratiempos a la situación económica, y por lo general tienen razón. Una razón que días atrás validaba, con matices, Gartner en sus previsiones sobre el gasto en TIC de este año. Y esta semana se confirmaba que en España lo que hemos convenido en llamar «salida de la crisis» se aplaza hasta el 2015, una expectativa que estará vacía de contenido mientras no nos expliquen qué va a dejar atrás esa salida, que bien bien pudiera ser en falso, como nos recuerdan un día sí y otro también los economistas menos complacientes. No van mejor las cosas si las miramos con perspectiva global: en la eurozona, la recesión ya no es patrimonio exclusivo de los países problemáticos – esperemos que alguien tenga la honestidad intelectual de pronunciarse sobre la interacción de las economías española y portuguesa en lugar de mirar al vecino por encima del hombro – sino que la mancha se va extendiendo hacia el norte.
Si nos vamos a las antípodas, a Japón, ejemplo de esperanzas frustradas durante dos décadas, vemos que el entusiasmo por la Abenomics se ha enfríado rápidamente, hasta el punto de que estos días se discute menos sobre cómo estimular la economía que acerca de cómo evitar la quinta o sexta recesión, porque ni siquiera en llevar la cuenta se ponen de acuerdo.
Los ojos se vuelven a China, cuyo PIB se desacelera del 10% al 8% en este año de la serpiente. No estaría mal la cifra si no fuera por otros indicios similares y porque de ella dependen tantas cosas en nuestras economías occidentales. ¿Es el dato un síntoma de crisis incipiente o el fruto de maniobras temporales para evitar que se precipiten situaciones no deseables? Otros mercados «emergentes», los países del bloque BRIC, envían señales inquietantes: el crecimiento del PIB indio ha bajado del 11,2 al 5,7%. Rusia y Brasil sólo crecen un 3%, también con tendencia descendente. Es lo que pasa por jugar todas las cartas al precio de las materias primas. Por otro lado, poco podemos esperar de Estados Unidos, empantanado en un crecimiento mediocre, de apenas el 1,5% en los últimos trimestres, modesto rédito de la política monetaria de quantitative easing.
En pocas palabras, el crecimiento es decepcionante en todos los horizontes, pero los mercados financieros se dan ánimos para creer – o hacer creer – que en la segunda mitad del 2013, a más tardar durante 2014, la tendencia de los datos cambiará y la inflación se mantendrá baja, una combinación que – si la mezcla funcionara – permitiría prolongar la era de dinero barato impulsada por los bancos centrales alrededor del mundo. En cada caso, atenderán a razones internas, dejando las visiones globales para los discursos y las cumbres.
Nouriel Roubini, quien sobrelleva con jactancia el sambenito de portador de malas noticias, acaba de diagnosticar «un nuevo período de incertidumbre y volatilidad», que podría traducirse en una menor apetencia por el riesgo y un nuevo desorden en la valoración de activos. ¿Qué harán aquellos que controlan el flujo de liquidez, y que no son precisamente los personajes investidos de autoridad formal sobre la economía? Ahí queda eso.