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  13/11/2015

¿Quién no querría tener a Apple como cliente?

Apple vendió 48 millones de iPhone en el tercer trimestre del año, y un total de 231 millones en el conjunto de su ejercicio fiscal, cerrado en septiembre. Esta abrumadora cantidad anual de un único modelo, justifica con creces que los principales fabricantes de chips y componentes pugnen por ser los suministradores del próximo iPhone, que se supone saldrá al mercado en 2016 y llevará el número 7. Claro está que el nivel de exigencia – estricto régimen de entregas semanales, especificaciones muy precisas y uso de la tecnología más avanzada – es tan alto que no cualquiera pasa el corte para ser escogido. Ganar un contrato con Apple es vital para un fabricante; perderlo es una desgracia.

En números redondos, cada semana se fabrican unos cinco millones de iPhones de los modelos 6s y 6s Plus. Los componentes, por supuesto, tienen que ser los mejores en su género, condición necesaria para que Apple pueda justificar el alto precio del producto final, y también para estar a la altura de las mejores prestaciones del mercado.

A esto se suma el hecho de que Apple no produce directamente nada; contrata a terceros la fabricación de los chips que han sido diseñados ad hoc por sus propios ingenieros. Lo que significa que el menor incidente, retraso o error en algún punto de la cadena de suministro puede ser letal para el proveedor, porque Apple tiene a gala calcular el ritmo de entregas siempre al límite, evitando inventarios que, llegado el caso, permitirían salir de apuros.

La mayor parte de los ingresos de Apple depende – peligrosamente, dicen algunos – de un solo producto: el iPhone supuso el pasado trimestre el 63% de todos los ingresos de la compañía. Esta se caracteriza por diseñar el componente principal, el procesador A9 que integra múltiples funciones en una única pieza de silicio. La obligación de fabricarlo con la tecnología más reciente, a un ritmo endiablado, fue uno de los motivos por los que Apple optó por repartir a partes iguales la producción entre dos gigantes de la industria de semiconductore: Samsung y TSMC.

La subcontratación de la fabricación de un chip es un fenómeno corriente en la industria poblada de compañías sin capacidades industriales (fabless) Dos casos notorios son Qualcomm y NVidia, que diseñan sus productos pero contratan la producción a terceros, que siguen sus instrucciones. Ninguna de las dos integran los chips en dispositivos propios, sino que los venden a marcas ajenas.

Apple es un caso especial, porque se queda toda la producción para su propio consumo, y no acepta que los competidores tengan acceso a sus diseños. Es una política que Apple, y sólo Apple, puede permitirse.

Samsung es un caso muy particular porque es el único que diseña y fabrica chips para integrarlos en sus productos, a la vez que fabrica para terceros en cantidades masivas. Su mejor cliente de la división de semiconductores es su peor enemigo en la de telefonía móvil.

Que Samsung fabrique semiconductores para Apple no tiene nada de extraño, porque gana un buen dinero con ello. La renegociación de sus contratos bilaterales ha dado lugar a muchas historias, porque se hacía en paralelo a denuncias recíprocas sobre infracciones de patentes. Aunque estos litigios parecen cerrados definitivamente, la tecnología punta – y el volumen – que requiere Apple, hace que tenga que recurrir a Samsung. Depender exclusivamente de TSMC hubiera sido correr un riesgo excesivo. Hay que recordar que cuando se planteó el pedido de fabricación del A9 con tecnología por debajo de 20 nanómetros, tanto TSMC como Samsung e incluso Intel aún estaban poniendo a punto sus factorías para fabricar con pistas tan reducidas.

La taiwanesa TSMC fabrica el A9 con su tecnología propia FinFET de 16 nanómetros, mientras que Samsung lo hace con otra de 14 nanómetros, ligeramente más avanzada y que es la misma que emplea para fabricar su procesador que llevan los smartphones Galaxy S6. El hecho de que ambas utilicen procedimientos fotolitográficos de distinto ancho, tiene impacto: el diseño del A9 no puede ser calcado para 14 y de 16 nanómetros, sino que Apple lo debe personalizarlo para cada fabricante. A simple vista se ve que la organización de las distintas funciones es distinta, como también el rendimiento y prestaciones, que no son ni pueden ser idénticas. Puede decirse que uno de los dos debe ser “mejor” que el otro, pero no se puede decir cuál, o al menos, sólo podría decirlo realmente Apple, que no se pronuncia públicamente.

La dependencia de dos suministradores para el componente fundamental del iPhone 6s está suponiendo un quebradero de cabeza para Apple, una vez se ha conocido, pese al secretismo característico de la compañía. Se han hecho numerosos análisis y todo parece indicar que un chip consume del 2% al 3% más de energía que el otro. Tampoco es concluyente, porque depende del uso que se haga del dispositivo. El consumo energético de la pantalla, por ejemplo, es superior al del procesador, con lo que un iPhone puede durar menos que el otro con independencia del chip que lleve, según lo que el usuario haga con él. Lo que está claro es que si alguien nota que su flamante iPhone dura poco, lo atribuirá a que le han vendido un modelo con el chip “malo”, sea el que sea.

De cara al supuesto iPhone 7, el pedido lo puede servir una sola compañía, porque la tecnología de fabricación de chips de 14 o 16 nanómetros estará para entonces suficientemente madura, y tanto TSMC como Samsung – u otro, por qué no – podría garantizar las cantidades requeridas por Apple. De todas formas, Apple deberá decidir quién le puede fabricar mejor el chip, que podría llamarse A10, si mantiene la nomenclatura. Pero también tendrá que fijarse en la siguiente generación, con reglas de diseño de 10 nanómetros para mediados de 2017. Parece que Intel y Samsung tendrán a punto esa técnica de fabricación, pero no es seguro que TSMC llegue a tiempo. Mantener a TSMC en esta carrera tecnológica y asegurarse un suministro fiable, parece ser la razón por la cual – se dice – Apple habría invertido recientemente más de 2.000 millones de dólares en TSMC.

Invertir en un proveedor es una práctica habitual de Apple: desde el punto de vista industrial, protege una fuente de suministro. Por otra parte, la modalidad de inversión suele ser una aportación de activos físicos, como maquinaria que será de su propiedad aunque funcione en una fábrica ajena [este parece ser el trato preferente que tiene con Sharp, que a pesar de sus cuitas financieras sigue siendo un suministrador fiel de pantallas].

El microprocesador no es lo único importante. El iPhone está compuesto de otros componentes esenciales y críticos, que no muchos fabricantes serían capaces de suministrar. El reto va en doble sentido, porque los fabricantes de pantallas, sensores y chips de comunicación tampoco tienen compradores del tamaño y requisitos de Apple.

Intel – que en 2007 renunció a equipar el primer iPhone, menudo error – lleva meses cortejando a Apple para que integre el modem LTE 7360 en los futuros iPhone (papel que ahora cumple Qualcomm). Sony acaba de comprar a Toshiba una planta de fabricación de sensores para tener mayor capacidad de producción si llegara el caso de recibir un pedido de Apple. Por su lado, Qualcomm ha descubierto que depende en exceso de los smartphones pero a la vez intenta que los futuros Galaxy S7 de Samsung lleven un chip suyo, pero el cliente coreano parece tener otros planes.

El precio, en el caso particular de los componentes principales y críticos del iPhone, es un asunto secundario para Apple y los suministradores. Aparte del prestigio, les asegura un volumen y un liderazgo tecnológico. El problema para los suministradores de Apple se produce cuando no renuevan – o no consiguen – un pedido del que puede depender su cuenta de resultados, por la sencilla razón de que casi no hay alternativas. Al mismo tiempo, Apple tampoco puede abusar de su posición de privilegio porque un error suyo de diseño o de fabricación puede dar al traste con una generación completa del iPhone. La competencia a todos los niveles es máxima y ni los usuarios más fieles de la marca tolerarían hoy que se les dijera como deben usar el móvil para soslayar un error de diseño, como hizo Steve Jobs en el célebre caso de la antena.

[informe de Lluis Alonso]


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