Conviene no equivocarse al respecto: la noticia bomba del fin de semana, los 39.000 millones de dólares que AT&T pagará por la filial estadounidense de T-Mobile no son un asunto interno norteamericano. Por un lado, apuntalan la idea de que la consolidación entre grandes operadores móviles es inevitable; por otro, refuerzan financieramente a Deutsche Telekom para invertir en Europa; tercero: influirán indirectamente sobre el vínculo transatlántico que une a Verizon y Vodafone. Y en cuarto lugar, se reabre el debate sobre las respuestas de la industria ante la escasez de espectro para atender a la bola de nieve de la demanda de banda ancha móvil en los próximos años.
René Obermann, el astuto CEO de Deutsche Telekom, ha jugado de farol con maestría, amagando durante semanas una fusión de su filial norteamericana con el tercer operador, Sprint, para acabar cerrando un trato mucho más conveniente con AT&T. Plumas críticas han escrito que equivale a la unión entre los dos peores operadores del país: uno, AT&T, presta un servicio deplorable y caro; el otro, T-Mobile, presenta increíbles agujeros en su cobertura. Puede que así sea, ellos sabrán, pero en un mercado donde los consumidores tenían cuatro alternativas, ahora tienen tres: la fusión del segundo y el cuarto desplaza al hasta ahora líder, Verizon, y la estructura del sector queda trastornada.
Cada contrayente aporta a la boda activos dispares, que suman casi 130 millones de usuarios, un 39% de cuota de mercado. AT&T pasará de 58.500 millones de dólares a casi 80.000 millones de facturación. La escala es decisiva, pero no es todo lo que importa en el precio pactado. Ambas tienen redes HSPA basadas en el estándar GSM, más rápida la de T-Mobile pero con su futuro cegado por falta de espectro, mientras que AT&T tiene un plan para desplegar LTE en los próximos dos años.
Para AT&T, cuyo tráfico de datos móviles ha crecido velozmente desde que obtuvo la exclusividad del iPhone (ahora compartida con Verizon), es la salida oportuna a la multiplicación por ocho ó diez de la demanda hasta 2015. La densidad de su red en las áreas más problemáticas aumentará un 30% gracias a la adquisición. La mención del iPhone no es caprichosa. Desde su aparición, T-Mobile no volvió a levantar cabeza, y AT&T estaba obligada a tomar medidas ante la evidencia de que muchos clientes declaran su disposición a pasarse a Verizon en cuanto se liberen del contrato en vigor. Apple gana millones de usuarios potenciales, y las marcas de Android (principalmente HTC y Motorola) tendrán que revisar sus estrategias, basadas en un reparto que se acaba.
Para Deutsche Telekom, la aventura estadounidense fue inicialmente un intento de compensar el estancamiento del negocio en Alemania. Sin esa filial, vuelve a ser un operador puramente europeo: no tiene, como Telefónica y Orange, activos en otras áreas del mundo, pero está bien anclada en Europa Central (Hungría, Croacia y Eslovaquia, más participaciones en Polonia, Rumania y Grecia). Renovar las redes en estos mercados es una tarea inmensa y exige una inversión que ahora podrá hacer sin endeudarse. De todos modos, como ha destacado Obermann, mantendrá su presencia en Estados Unidos a través del 8% de acciones de AT&T que recibirá como parte de pago por T-Mobile US.
La liberalización de las telecomunicaciones, impulsada por Ronald Reagan, empezó por el desmembramiento de la antigua AT&T en compañías regionales que con el tiempo volverían a agruparse. Aquello era telefonía fija, pero sirvió de molde para que los operadores móviles se agregaran en torno a dos grandes bloques: AT&T y Verizon. Tanto que ya empieza a hablarse de quién comprará Sprint.
La operación tiene que pasar por la aprobación de Washington; será la primera fusión de envergadura sobre la que deberá pronunciarse la administración Obama y el resultado no está cantado. Históricamente, los gobernantes demócratas han sido más recelosos con estas operaciones que los republicanos, pero aparte de la ideología, se da la circunstancia de que Obama está muy presionado para sacudirse la reputación de ser un presidente “antibusiness”.
Parece difícil sostener que el 39% del mercado constituye un monopolio, pero si se le añade la cuota de Verizon, resulta que más del 70% de los consumidores quedan en manos de dos gigantes, que probablemente estarían tentados de librar entre ellos una guerra de precios que aniquilaría al distante tercero y apenas dejaría espacios residuales a decenas de competidores locales que malviven.
En las próximas semanas, esta perspectiva regulatoria planteará en Estados Unidos dos dilemas que ya se han visto en Reino Unido: ¿cuántos operadores puede soportar el mercado y cuál es la asignación de espectro idónea para que puedan invertir en el desarrollo de redes y el despliegue de servicios? Sería abusivo extrapolar a Europa la lección estadounidense, pero sin duda marca una pauta: la consolidación está lanzada, aunque esta no es la única fórmula posible.