23/01/2014

¿Es el bitcoin un capricho, sólo para geeks?

Desde el primer momento ha quedado claro que el bitcoin, como moneda virtual, se mueve en un contexto experimental, necesariamente, pero con el tiempo ha atraído la suficiente atención como para convertirse en un motivo de entusiasmo y admiración – con argumentos variopintos – y de perplejidad para otros. De la combinación nace una inquietud que crece a medida que su «mercado» aumenta. Hace un año, el inventario total de bitcoins tenía un valor estimado en 150 millones de dólares, y se daba por cierto que era poco más que un instrumento para el lavado de dinero sospechoso. Hace unos días, la estimación ya era de 10.000 millones, y las autoridades monetarias han pulsado las alarmas.

La utilización de la tecnología peer-to-peer para confirmar y verificar las transacciones ha seducido a miles de individuos por su originalidad técnica y conceptual y por los principios criptográficos que lo sostienen. La descentralización del sistema monetario que propugna, está en línea con la ideología de la corriente libertaria (el liberalismo económico y el odio al Estado elevados a su máxima potencia) que aboga por la abolición de todos los instrumentos de regulación. Este es otra vertiente que confiere atractivos al bitcoin, y un aspecto que suele ignorarse en los ambientes de Internet, alucinados por cada novedad con marchamo tecnológico.

Ya nadie se atreve a desestimar las características de esta moneda virtual, pero la controversia ha cambiado de tono. Entre las ventajas que se le atribuyen, está la posibilidad de transferir dinero a bajo coste, una razón que ha movido a algunas empresas a utilizar el bitcoin en un ámbito no regulado. En términos económicos, su gran atractivo está en la continua escasez, una cualidad que sería aceptable en cualquier otra forma de inversión pero no en una moneda de cambio. Desde luego, nadie está obligado a aceptarla, lo contrario de lo que ocurre con las monedas de curso legal emitidas por los gobiernos como una de las formas de la soberanía de los estados. En los gobiernos – o más precisamente en sus bancos centrales – descansa un monopolio que no están dispuestos a ceder, y mucho menos a unos personajes semiclandestinos que se han arrogado esa facultad. Por no hablar del valor, que en cualquier moneda corriente es un signo de estabilidad, garantía de que al menos en periodos razonables (excepto guerras, revoluciones o crisis económicas profundas) se mantendrá ese valor fijado por las autoridades y más o menos volátil según movimientos de mercado, que las autoridades pueden a su vez corregir cuando fuera necesario.

La prosperidad de que goza el bitcoin se puede explicar porque hay gente que cree que otros querrán comprar la moneda virtual. No es virtual en el sentido de que no tenga una forma física, que la tiene, sino porque muchos quieren tenerla pero pocos la gastan. Según Merrill Lynch, el bitcoin puede equivaler al 10% de las transacciones online, unos 9.500 millones de dólares en 2013. Su precio se ha disparado en los últimos meses.

Si el cálculo de Merrill Lynch fuera veraz, querría decir que la oscura red Silk Road, desmantelada en octubre, no habría sido el único pilar del bitcoin, aunque sí fue gracias a su existencia que el sitio web se convirtió en el mercado ilegal más grande del mundo.

Por un lado, especuladores y especialistas en lavado de dinero parecen haber encontrado un filón, pese a que el anonimato que se le atribuye no es tal: al convertirse en dólares, las operaciones se pueden rastrear, y gracias a ello el gobierno de Estados Unidos ha podido emprender acciones punitivas, momento que en el gráfico anterior coincide con la fase de bajada de su precio.

China domina, con diferencia, el tráfico del bitcoin, pero el gobierno de Pekín, antes complaciente, se ha puesto duro, tomando medidas que dificultan que quienes poseen la moneda, puedan usarla para comprar mercancías. El bitcoin se había hecho un precioso refugio en Taobao, la mayor plataforma de comercio electrónico china, perteneciente al grupo Alibaba. Hasta que, se supone que por sugerencia oficial o para evitar una acumulación potencialmente ruinosa, ha decidido no aceptarlos más como forma de pago. A esto se debe la caída del precio en estas primeras semanas de 2014. Al mismo tiempo, Pekín ha dicho que los individuos son libres de intercambiar bitcoins a su propio riesgo, frase que – leída en su contexto – significa que los bancos se abstendrán de infringir la norma.

Taiwan ha seguido la misma política; Corea – donde Internet es una fiebre nacional -ha dejado claro que no reconocerá en ninguna circunstancia el bitcoin como instrumento legal. También en India – otro enorme mercado potencialmente fértil para el invento – el banco central ha roto su silencio para advertir sobre la posibilidad de que los hackers lo estén aprovechando para actividades ilegales.

Los reguladores bancarios, con una obvia aversión a la moneda virtual, se han dejado de paños calientes. El Banco Central Europeo, que fue de los primeros en dedicar un estudio a las consecuencias económicas de las monedas virtuales, llegó a una conclusión obvia: hay que impedir a toda costa una pérdida de control potencial sobre la política monetaria de la que la institución es responsable. Pero no ha tomado medidas concretas, limitándose a observar el fenómeno con ojos académicos. El Banco de Inglaterra ha reconocido que «los actuales niveles de actividad económica en torno al bitcoin son demasiado ligeros como para que representen una amenaza a la estabilidad financiera».

Desactivado el fantasma chino, Estados Unidos vuelve a ser clave para los próximos meses. Una serie de startups han conseguido interesar a firmas de venture capital para invertir en el desarrollo de monedas virtuales más allá de la incómoda notoriedad del bitcoin. Hay quien opina que este no se puede tratar como una moneda, sino que tiene características más propias de un instrumento de inversión, con algo de casino. Aunque se tiende a creer que la Reserva Federal es un organismo omnipotente, la realidad es que las regulaciones en el país son un mosaico de influencias diversas, por lo que incluso a ese nivel no faltan quienes defienden la necesidad de equilibrar los riesgos con las innovaciones que, según ellos, podría traer la existencia de monedas virtuales paralelas a las reales.

Parece visible que está en ascenso una burbuja, lo que no quiere decir que vaya a explotar pronto. Recuerdan los estudiosos que el economista Milton Friedman, guía de los libertarios fiscales, predijo en tiempos el advenimiento de una unidad con algunos de los atributos de una moneda virtual, conveniente para librarse de las limitaciones que imponían los gobiernos. En su defensa, los epígonos moderados de Friedman recuerdan que no llegó a conocer Internet, por lo que no podía intuir los problemas que traería un modelo en el que los sujetos de una transacción no se conocieran. Paul Krugman, en las antípodas intelectuales de Friedman, ha escrito que la sociedad está volviendo al siglo XVII, a abrir las minas para obtener oro, en esta caso bajo forma digital, con la ilusión de zafarse de la desconfianza que a muchos les inspiran las instituciones financieras, desacreditadas por otros motivos.


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