Samsung ha querido demostrar que domina el arte de crear una necesidad. La firma coreana tenía prisa por presentar su reloj ´inteligente` cuando antes, para que no se diga que es la segunda en llegar. El Galaxy Gear, desvelado en setiembre en la feria IFA, ha dejado impresiones contradictorias entre los asistentes al ruidoso espectáculo que la firma coreana montó en el Tempodrom berlinés , y al sobrio desfile de modelos con el que lo presentó en Madrid. Por un lado, la confirmación de que está naciendo una nueva categoría de gadgets; por otro, una casi unanimidad en que es un producto inmaduro, una suerte de prototipo que va a requerir cuanto antes una segunda versión.
La necesidad de transmitir el mensaje de que Samsung es una compañía innovadora – léase: tanto o más innovadora que Apple – ha motivado que el Galaxy Gear sea ahora mismo, junto con el Google Glass, los dos máximos exponentes del fenómeno que ha dado en llamarse wearable computing [¿informática de llevar puesta?]. La comparación no es caprichosa: ambos tienen en común una definición insuficiente de su posición en el mercado. Lo que no implica en absoluto prejuzgar un fracaso.
Antes de entrar en más valoraciones, corresponde informar qué es y cómo es Galaxy Gear. Un reloj con pantalla superAmoled de 1,63 pulgadas y resolución de 320 x 320 pixeles; lleva un procesador de 800 MHz, 4 G de memoria interna, 512 MHz de RAM, Bluetooth v. 4.0, acelerómetro, giroscopio y una cámara de 1,9 megapixeles (como cabe esperar de un ´invento del tebeo`) con enfoque automático y que incluso puede grabar vídeos de 10 segundos de duración y 720p de resolución. Esta cámara es su característica más llamativa. Pesa 73,8 gramos y mide 36,8 x 56,6 x 11,1 milímetros. Dicen que su batería aguanta 25 horas de uso.
Tal como ha sido concebido, este smartwatch no tiene sentido por sí solo, sino que debe estar asociado a un smartphone. Siendo muy simplistas, se podría decir que este reloj ´inteligente` actuaría como el mando a distancia del móvil: en su pantalla se pueden recibir notificaciones de mensajes, así como controlar aspectos como el volumen de la música u ordenar que se hagan llamadas – gracias a la aplicación S Voz – o bloquear el terminal.
O sea que el Galaxy Gear sirve para complementar las funciones propias de un smartphone o una tableta – siempre que sean Galaxy S4 o Galaxy Note 3 – lo que evidentemente necesitará sus correspondientes aplicaciones. Una vez más se comprueba que los desarrolladores de software tienen la llave maestra, y contribuirán a desarrollar la categoría si ven que puede tener mercado. De ellos dependerá que esta y las futuras versiones cumplan con las expectativas en torno a la categoría de los smartwatches. De momento, el primer modelo Gear viene con 10 aplicaciones precargadas, y el usuario podrá elegir otras 70, destinadas a abrir ese camino.
Es indudable que los móviles se han convertido en los nuevos ordenadores, en torno a los cuales gira todo un enorme mercado de accesorios y periféricos. Y lo que es indudable tiende a ser aceptado como axiomático. La cuestión es si los relojes ´inteligentes` podrán establecerse como una categoría y cuánto recorrido pueden tener. No en vano las primeras aplicaciones que a cualquiera se le ocurren – las que tienen que ver con el seguimiento de las constantes vitales y del ejercicio – ya tienen sus propios dispositivos dedicados y sus aplicaciones (como las famosas FuelBand).
Por esto, son significativas las palabras de Shin Jong-kyu (conocido como JK Shin), presidente de la poderosa división de movilidad de Samsung: «lo más importante es convencer a los usuarios de que este es un producto necesario».
Podrían emplearse argumentos como las múltiples funciones que tiene el Galaxy Gear (u otros de su especie), la manera en que facilitará y/o transformará la vida cotidiana, y la libertad de movimiento que conllevaría. Esto sin contar con la imagen cool que puede proyectar acerca de la personalidad de sus usuarios, sobre todo si son los primeros en lucirlo.
Samsung no repara en gastos para transmitir su mensaje: los creativos de su agencia Leo Burnett han imaginado un vídeo post-apocalíptico en el que Leo Messi luce, es un decir, uno de estos dispositivos. Y no es sólo Samsung: simultáneamente con el anuncio de la firma coreana, Qualcomm daba a conocer su smartwatch – este sí, un prototipo no comercial – llamado Toq. La idea de la compañía californiana es mostrar las posibilidades de su tecnología de pantalla para la nueva generación de productos wearable. Pebble es otro reloj ´inteligente` reconocido, y Sony también tiene el suyo en catálogo. Parece que Google tiene uno en ciernes y hasta Microsoft podría recuperar el fallido proyecto Spot (2004), si consiguiera incorporar su tecnología de reconocimiento gestual.
Las dudas no desaparecen porque haya tantos proyectos en danza. La utilidad real de los smartwatches no está del todo definida, más allá de ser una segunda pantalla del teléfono móvil. No es menos cierto que en una primera fase de los móviles, mucha gente decía lo mismo: «francamente, no le veo la utilidad», pero con el tiempo se hecho indispensables – quizás en el futuro los smartwatches lleguen a serlo – e insutituibles – ¿podrán un día sustituir a los smartphones? – dos conjeturas sin otra respuesta que el optimismo tecnológico.
En esas estaba la cosa, cuando el analista Brian White, especialista en el seguimiento de Apple, ha escrito en una nota a sus clientes que el iWatch será presentado en 2014. «Nuestro contacto [en un contratista asiático] nos ha descrito las característica potenciales del futuro dispositivo de Apple: no será una extensión del iPhone sino un gateway multipropósito, y permitirá a los usuarios controlar en modo remoto muchas funciones de su hogar (temperatura, iluminación, audio, video, etc)».
Si la fuente de White es fidedigna, se puede imaginar que el iWatch (a saber si realmente se llamaría así) usará el software iBeacon, un interfaz incorporado al sistema operativo iOS 7 como una capa de Bluetooth Low Energy (BLE), y que supuestamente haría que un dispositivo funcione durante meses con una batería diminuta.
[informe de Arantxa Herranz]