La escalada verbal entre Apple y Adobe ha alcanzado una nueva cota. A la carta abierta de Steve Jobs, Thoughts on Flash, la compañía aludida ha replicado con una campaña de anuncios encabezados por el lema We love Apple, en el que imita el célebre diseño de Milton Glaser para Nueva York. Advertising Age comenta esta paradoja: mientras Apple consigue una repercusión viral sin coste alguno, Adobe ha tenido que pagar una campaña de prensa. Es, dice la biblia de Madison Avenue, un salto cualitativo de agresividad elegante, al lado de las humoradas que se dedican mutuamente Apple y Microsoft y que permanecen en YouTube.
El tono del anuncio es fingidamente amable, pero está escrito para reforzar una crítica que se ha abierto camino en la prensa estadounidense, antes incondicional de Apple: la idea de que Steve Jobs y su equipo se comportan con arrogancia en su obsesión por controlar cada aspecto de la experiencia de los usuarios. El mensaje de amor se ha publicado en los medios más representativos de la prensa de Estados Unidos y Reino Unido, una elección que identifica a sus destinatarios: no los usuarios de Flash sino los líderes de opinión. Algunos han señalado estos días la paradoja de que el conflicto no llegara a mayores mientras el veto se limitaba a la presencia de Flash en el iPhone, para estallar con virulencia tras el lanzamiento del iPad. Al menos, Adobe parece tener asegurado que, si Google patrocina un tablet –algo que presumiblemente hará este año- su gadget llevará Flash.
Los cofundadores de Adobe, Chuck Geschke y John Warnock, no han querido ser menos que Jobs, y han escrito una carta abierta en la que acusan a Apple de una actitud que “podría sabotear el desarrollo del próximo capítulo de la web”, al forzar a los desarrolladores de contenidos a trabajar con dos plataformas para que sus creaciones puedan estar en todos los dispositivos móviles del mercado. En una entrevista con el Wall Street Journal, el respetado Geschke trae la memoria de un capítulo olvidado: a comienzos de los 80, Apple intentó comprar Adobe para apoderarse del lenguaje de impresión PostScript, pero no logró su propósito al acumular sólo el 19% de las acciones. Así las cosas, los argumentos se resumen en el siguiente cuadro.
En estos términos, es un diálogo de sordos, entre dos ideología: entornos abiertos contra entornos cerrados. Con la peculiaridad de que cada parte asume como propia la primera condición, acusando a la otra de representar la contraria. En la práctica, esta querella está despertando las dudas acerca de la tramposa semántica con la que la industria del software emplea el adjetivo `abierto´. Comoquiera que sea, según los directivos de Adobe, la popularidad de Flash no ha sufrido merma por la controversia. De hecho, las herramientas de autoría de Flash son una parte menor del negocio de la compañía, pero son cualitativamente muy importantes como lubricantes de sus relaciones con desarrolladores, medios de comunicación y agencias de publicidad. Que es precisamente donde puede sentirse amenazada en su perspectiva de rentabilidad.
En teoría, los enemigos de Apple, que no son pocos, deberían acudir en auxilio de la otra parte. Uno de ellos, Microsoft, no lo hará: aunque soporta Flash, quiere promover la opción de Silverlight. Quien sí ha tomado partido es Google, que esta semana presentará Android 2.2, su nueva plataforma en la que ha implementado la versión 10.1 de Flash Player. Este apoyo es el argumento decisivo que quiere poner sobre la mesa Adobe para demostrar que las alegaciones de Jobs no tienen fundamento. El momento elegido para presumir de alianza con Google no podría ser más oportuno: los estudios de mercado han destacado que en abril Android ha desplazado al iPhone en el segundo puesto del ranking (encabezado por BlackBerry) de venta de smartphones en el mercado estadounidense. Contrariada, Apple ha salido a negar la veracidad de los datos. Los dos bandos quedan han quedado retratados.