Una frase del abogado Javier Ribas, responsable del área de Riesgos Tecnológicos en el bufete Landwell-PricewaterhouseCoopers, condensa la conversación: “para muchas empresas, el portfolio de patentes es su principal activo, y su negocio está en la concesión de licencias. Otras empresas basan su estrategia en la especulación: esperan a que la tecnología se difunda y después empiezan a reclamar. No es lo mismo reclamar royalties a una empresa que ya ha adoptado la tecnología que a otra que se lo está pensando; sin embargo, conseguir el registro de una patente es más fácil que defenderla en un juicio”. El contexto: las batallas en torno a las patentes en la industria de telefonía móvil.
¿Por qué tantos litigios en tan poco tiempo? ¿Son atípicos? ¿Por qué ahora?
En mi opinión, forman parte de una guerra por el mercado, y en este sentido son muy típicos: enfrentan a dos o tres fuerzas muy importantes que tratan de controlar una cuota de mercado y, en paralelo a su esfuerzo comercial, emplean un arma adicional, que es la ley. En Estados Unidos, la legislación permite blindar elementos que en Europa sería impensable patentar, y esas fuerzas aprovechan la situación: cada parte trata de eliminar o debilitar a sus competidores y, de paso, envía un mensaje a millones de clientes y usuarios.
¿Y por qué en torno a los móviles?
Porque es una parcela muy jugosa de productos que esos actores quieren dominar. Buscan la confrontación porque hay un pastel que repartir; se supone que el que pega primero pega más fuerte y espera llevarse la mejor parte. En realidad, lo que se dirime es mucho más que la venta de dispositivos: los smartphones tiene la clave del futuro comercio electrónico, la evolución de los sistemas operativos, la oficina móvil, los buscadores, la publicidad, el cloud computing […] ahí confluyen casi todos los grandes negocios de los próximos años. Por esto se atrincheran Apple, Google y Microsoft; parece que Nokia y BlackBerry van un poco rezagados, pero tienen los medios para reaccionar. Todos ellos, y algunos de sus socios, están involucrados en distinta medida en los episodios recientes.
Cada uno presume de ser el más innovador. ¿Alguno tiene razón?
Creo entender que la innovación de esas empresas ha llegado al mismo sitio por caminos distintos, y que solucionan una misma necesidad de formas diferentes. Naturalmente, esto es legítimo, pero aun así se están patentando cosas que ya pertenecen al estado de la ciencia, lo que les quita relevancia o desnaturaliza la demanda. La mayoría de las patentes que se reivindican tienen un propósito disuasorio: no se pretende llegar a juicio, porque el tiro podría salirles por la culata. Sería rarísimo que un pleito no acabara en un arreglo: pérdida de tiempo, explotación comercial perturbada…y todo para que al final un juez los fuerce a ponerse de acuerdo, para acabar de una vez.
O sea que utilizan las instituciones para un conflicto ficticio.
El conflicto es real, pero se instrumentaliza la justicia. En nuestra cultura, esto se conoce como la querella catalana: poner un pleito con la conciencia de no ir hasta el final. Pero estamos hablando de Estados Unidos, porque en España como en Europa, las cosas son más estrictas. Lo que prima allá es la funcionalidad de un dispositivo concreto, y suele ocurrir que varios patenten lo mismo a la vez. Entre nosotros hay una exigencia de que las cosas sean descritas para que se vea que son distintas a lo existente, aunque el método sea el mismo.
Una denuncia como las de Apple contra HTC y Nokia, y las correlativas contradenuncias, ¿serían viables en España?
En España se necesita un período de consolidación del derecho, que es de tres años, por lo que quien no ha explotado una patente tendrá menos fuerza frente a terceros; es más, se penaliza que esté inactiva, llegando a considerar que puede haber mala fe u oportunismo.
¿Dónde está la diferencia?
En el tratamiento del software. La funcionalidad que se puede encontrar en un dispositivo depende del software, determinante para la experiencia del usuario. En Estados Unidos, el software puede tener una protección de propiedad intelectual, y el hardware ser menos decisivo. No es así en Europa; en España el software está excluido de la ley de patentes. Por lo tanto, la única posibilidad de patentarlo es que esté asociado a un hardware determinado.
Una decena de empresas ha constituido un pool para compartir y explotar sus patentes sobre la futura telefonía móvil 4G. ¿Se resolverían así los problemas?
Un pool es una concertación entre sus miembros, que se acerca bastante a la figura del cártel, una forma de monopolio que va contra la competencia […] y en Estados Unidos puede ser lícita, desde luego lo es en China, pero en Europa sería muy discutible. Lo que busca un pool es intimidar a terceros y forzarles a firmar acuerdos individuales, no quiere para nada acuerdos marco con una asociación que pueda representar los derechos del sector. Por consiguiente, la mejor estrategia para defenderse es actuar colectivamente.
¿Cómo acabarán las querellas que están abiertas?
Tarde o temprano se pondrán de acuerdo. Nadie está dispuesto a pasar años litigando, y mucho menos sabiendo los honorarios que cobran mis colegas en Estados Unidos [risas].