El precio, inusualmente bajo para las costumbres de Apple, ha sido una de las sorpresas del lanzamiento del iPad. Se había especulado con un supuesto listón de 999 dólares, y esta fue la primera cifra que Steve Jobs mostró fugazmente para cambiarla de inmediato por la verdadera: 499 dólares. Este será, pues, el precio de la versión más barata, aunque habrá otras dos, a 599 y 699 dólares respectivamente. Muchos analistas han subrayado que Apple acepta sacrificar margen para marcar un precio que sirva como reclamo.Pero este no es, desde luego, el único aspecto reseñable del nuevo gadget, súbitamente convertido en estrella mediática. Faltan 60 días para su aparición real en el mercado, y todavía dará mucho que hablar.
El iPad más barato tiene 16 Gb de memoria, que se quedan cortos para la ambición de sus aplicaciones, y sería natural que la demanda se decantara por uno de los modelos superiores. Esa ha sido, por otra parte, la experiencia del iPhone. Llegados a este punto, los cálculos previos no andaban descaminados: a poco que se añada al iPad alguno de sus accesorios, el desembolso será de 999 dólares, o más. Durante años, distintos fabricantes han lanzado sus tablets al mercado, sin lograr que el concepto fuera aceptado más allá de una minoría: el año pasado se vendieron en todo el mundo apenas un millón de unidades, el 1% del total de portátiles, y la inmensa mayoría fueron modelos convertibles, orientados a aplicaciones verticales – sanidad, trabajo de campo, etc – no asimilables a los usos que se pretende tenga el iPad; por supuesto, han sido una categoría cara y, por lo tanto, no comparable. En el reciente CES de Las Vegas, HP y Microsoft mostraron un modelo al que llamaron slate (pizarra), un intento de anticiparse a lo que se sabía que preparaba Apple; a dos semanas de distancia, y sin haber llegado aún al mercado – si es que llega – no resiste la comparación. Lenovo presentó una máquina interesante, un tablet híbrido que – vaya casualidad – se llama IdeaPad. Y dos fabricantes taiwaneses exhibieron sus prototipos de tablet, si bien han optado por dejar que Apple mueve ficha primero.
Como era previsible, no todo han sido aplausos ante la llegada del iPad. Gente que ni siquiera lo ha visto físicamente, ha pronunciado críticas prematuras. Sus carencias son notorias, pero no necesariamente definitivas: no tiene teclado físico (aunque sí un accesorio que funge como tal), se queda corto de memoria (en su versión más barata), no tiene puerto USB (inexplicable), la batería no es removible (tampoco lo es la del iPhone y no pasa nada), los contenidos estará protegidos contra copia (¿qué esperaban?), no tiene cámara (francamente, sería inútil). En resumen, que si el iPad fracasara, no sería por ninguna de esas razones.
El artilugio se inscribe en la corriente “todo en uno” pero a su manera, porque ha sido diseñado para insertarse en un espacio acotado dentro del catálogo de Apple, suficiente como para ser diferente y no estorbar a los productos adyacentes de la marca. Estamos ante un debate conocido, ¿dispositivos multipropósito o especializados?. Últimamente ha girado en torno a los lectores de libros electrónicos. A priori, la primera víctima del iPad debería ser el Kindle, al que le ha salido un poderoso rival, con pantalla de color, formato abierto ePub y conexión WiFi, sin mencionar la versatilidad de uso. No obstante, puesto que el Kindle tiene un 90% de un mercado en fase de crecimiento – sus resultados trimestrales así lo confirman – y que puede apoyarse en los recursos de la mayor librería online, Amazon podrá aguantar la embestida, lo que no puede decirse de la plétora de modelos que, sin reputación previa, se vieron en el CES. No está claro cómo podría afectará al e-reader de Sony, que se proponía levantar cabeza este año en un mercado del que fue pionero. Sea a tres o a más bandas, esta competición se decidirá en función de tres factores: precio (tanto del dispositivo como de los libros); acuerdos estables con la industria editorial; y alianzas con operadores.
Otra especie vulnerable, al decir de Steve Jobs, serían los netbooks, la categoría más vendida de los últimos años pero sistemáticamente ninguneada por Apple. Sus méritos como segundo portátil podrían perder gancho para ciertas capas de usuarios, inclinadas hacia el consumo multimedia; para otras, no es seguro que el iPad, un dispositivo de memoria limitada y con teclado virtual, sea la solución adecuada para aplicaciones profesionales. La postura de Jobs tiene una posible motivación: evitar que el iPad llegue a ser considerado, siquiera parcialmente, como una alternativa a la familia Mac. Esta sería una razón – no la única – de no haber dotado al iPac con el sistema operativo Snow Leopard sino con el iPhone OS; una manera de subrayar lo obvio, que este linaje tiene recorrido. Es curioso el contraste con la actitud de Google, que propone para los netbooks su sistema operativo Chrome OS, en lugar del Android, aunque no ve inconvenientes en que algún fabricante asiático trabaje en el desarrollo de un tablet basado en Android.
A propósito de Google, es interesante constatar que a pesar de su comentado entredicho con Apple, no sale perjudicada, sino más bien beneficiada, con el anuncio del iPad. Su aplicación Google Maps puede sacar mucho partido del chip GPS y la brújula del nuevo dispositivo, con el consiguiente potencial para ofrecer servicios de localización financiados con publicidad local. AdMob, empresa que Google ha comprado recientemente, es el lider de la venta de publicidad para el iPhone, y ahora podrá contar con una pantalla más grande para desplegar sus anuncios. Esto sin contar con los planes para convertir YouTube en soporte publicitario genuino y, eventualmente, en proveedor de contenidos para el iPad. Aunque esto requerirá hacer una pirueta técnica, porque los videos de YouTube requieren Flash, he aquí un obstáculo que dará mucho que hablar.
Nadie ha encontrado una explicación razonable a la negativa de Apple a incorporar Flash en el iPhone, rechazo que se hace extensivo al iPad pero no a los Mac. La teoría más plausible se refiere a la obsesión por el control: si Apple dejara que Flash gobenara algún aspecto de sus dispositivos móviles, estaría cediendo una parcela de poder sobre las aplicaciones. Entonces, ¿por qué en el Mac y no en el iPad? Aquí aparece un argumento técnico: Flash fue originalmente desarrollado en un entorno X86, mientras que los gadgets móviles de hoy usan chips adscritos a la arquitectura ARM. Si esta fuera la objeción, habría que saber por qué, si el plug in de Flash está presente en todos los dispositivos móviles, no lo está en los fabricados por Apple. Adobe ha mostrado su disposición a ofrecer una solución (¿la próxima versión 10.1?) a sus millones de desarrolladores, admitiendo que Apple mantuviera la soberanía a la hora de decidir qué aplicación aprueba para sus tiendas online. Por ahora, capítulo pendiente.
Que a Apple le trae sin cuidado la competencia de los netbooks se confirma por otra cuestión no menos relevante, el formato de pantalla del iPad. En esta era de pantallas panorámicas [televisores 16:9, Mac 16:10, iPhone/iTouch 15:10] el iPad recupera la ratio tradicional 4:3 con una resolución de 1024 x 768. Es verdad que el 4:3 no es ideal para ver películas o vídeos, pero esto no es una prioridad para el iPad; en cambio, es la ratio usada en la edición de libros y revistas, que son el núcleo de contenidos a los que va destinado. Por supuesto, es también un formato adecuado para las aplicaciones de iWorks [Pages, Numbers y Keynote] que Apple ha optimizado para su nuevo dispositivo.
Este punto lleva a otro. Está claro que el iPad no ha sido diseñado pensando en el mercado empresarial, pero esto no tiene por qué ser un dogma. Con el iPhone, Apple ha demostrado que el consumo profesional le importa, y la sincronización con Exchange es una función que se traslada naturalmente al iPad. Por otro lado, iWorks permite importar y exportar archivos compatibles creados en Office. Haría falta algo más para que el iPad no luciera como algo glamuroso pero exótico en el mundo profesional: la capacidad de acceder a ficheros en redes locales, y la posibilidad de conexión a una impresora. Visiblemente, esto tampoco es prioritario en la estrategia de lanzamiento.
Y a otro: una mirada de soslayo a Microsoft. Oficialmente, nada ha dicho acerca del iPad, pero la respuesta podría muy bien ser esta: Windows 7 tiene capacidad para adaptarse a distintos “factores de forma”, entre ellos los slates y los tablets. En los dispositivos actuales en estas categorías coexisten prestaciones de productividad y de consumo. Los críticos de Microsoft advierten que Windows 7 no está diseñado expresamente para gestionar pantallas táctiles (una posibilidad abierta, sin embargo, a futuros desarrollos); si quisiera competir en esta batalla – ¿sería posible abstenerse? – tal vez podría colocar un interfaz de usuario como una capa sobre el sistema operativo.
Una sorpresa a medias ha sido comprobar que el iPad no lleva un microprocesador estándar sino uno de diseño interno. Con este fin compró Apple en 2008 la pequeña compañía PA Semiconductor, y puso a trabajar en ella a un equipo de especialistas formados en AMD. A este chip de nombre insípido (A4) se debe la optimización del consumo de batería. Según el mensaje de la presentación, su duración es de 10 horas – tiempo necesario para un vuelo transoceánico, según el tópico – pero no se ha dicho haciendo qué (y unas aplicaciones son más glotonas que otras). Queda por tanto desmentido el rumor de que el iPad habría de llevar un chip Snapdragon, de Qualcomm. La moraleja, para la industria de semiconductores, es que la autonomía es un valor muy apreciado por Steve Jobs y sus acólitos.
Apple ha tenido la extraordinaria habilidad de trazar un círculo virtuoso entre sus diferentes líneas de productos. Los usuarios de un iPod o un iPhone suelen sentirse inclinados a comprar un Mac, y viceversa. Esta es la verdadera historia de éxito de la compañía: desde el 2007 (año de salida al mercado del primer iPhone) las ventas de Mac se han acelerado, pasando de ser una máquina elitista pero marginal al fin, hasta acumular el 6% del mercado de PC en unidades, y superar el 10% en valor. Esto, gracias a su margen superior, mientras los demás fabricantes se desgarran en una guerra de precios.