En el año de su centenario, IBM se ha apuntado un éxito mediático gracias a un ordenador bautizado con el apellido de su fundador, Thomas Watson. Todo el mundo conoce los hechos: Watson (la máquina) participó en el concurso de preguntas y respuestas Jeopardy, un clásico de la TV estadounidense, como retador contra dos campeones de ediciones anteriores. Y al tercer día ganó, no sin antes crear suspense con algunos errores, disculpables en un ente que desconoce el mundo real. La repercusión ha sido superior a la que tuvieron las partidas de ajedrez entre Gary Kasparov y Deep Blue, construído expresamente para jugar al ajedrez e inmediatamente desmantelado. Esta vez no será así.
La compañía ha invertido cuatro años de trabajo de un equipo científico para crear este ordenador que tiene por delante una carrera comercial. Jeopardy ha sido sólo una demo, en la que han tenido su papel el espectáculo televisivo, el tempo dramático y hasta una cierta dosis de malicia. ¿Sólo una demo? Cada vez son más numerosas las actividades humanas cuya pauta básica es una secuencia de preguntas y respuestas – el soporte al cliente, sin ir muy lejos – y el nuevo sistema abre una oportunidad de negocio para IBM y otros proveedores de software destinado a resolver sofisticados problemas por análisis probabilístico.
Léase este impagable comentario de Susan Feldman, consultora de IDC: “el lenguaje humano es rico. ambiguo, travieso e impredecible, cuatro elementos que son la antítesis de los atributos en que destacan los ordenadores: precisión, predictabilidad, reducción de la realidad a números y fórmulas. Es posible analizar el lenguaje humano para responder preguntas, identificar tendencias y descubrir relaciones entre palabras y conceptos […] pero la capacidad de los sistemas comerciales está confinada a dominios específicos o áreas temáticas, en las que son capaces de controlar la ambigüedad del lenguaje”.
Como los seres humanos, Watson combina estrategias y fuentes de conocimiento para encontrar la mejor respuesta posible a una pregunta. Watson ha sido diseñado por seres humanos, no para sustituirlos sino sólo para que responda a sus preguntas: responde, pero no puede mantener una conversación ni, por supuesto, siente emoción alguna asociada con la respuesta. El éxito en el concurso Jeopardy viene a reivindicar la vigencia de la inteligencia artificial, una disciplina que, tras la moda de los 80, cayó en un cierto descrédito porque se esperaba demasiado de ella. Si no se le pide lo que no puede dar, los algoritmos de la inteligencia artificial pueden hacer que un sistema asesore a un experto, pero no ocupar el lugar del experto.
Alguien ha escrito que Watson es “un sistema como Google pero a lo bestia”. La frase puede sonar ingeniosa, pero falla por la base. Sería en todo caso, un nuevo tipo de motor de búsqueda: entrega respuestas, no un listado de enlaces más o menos pertinentes. Analiza la pregunta para identificar el tema, e inmediatamente empieza a generar hipótesis; clasifica miles de `evidencias´ y las puntúa antes de sintetizarlas en una escala de confianza. En el contexto del concurso televisivo, el proceso debía completarse en un máximo de tres segundos, tiempo idóneo para anticiparse a sus contrincantes. Por otro lado, es inverosímil pensar que IBM pretenda competir con Google: lo que está haciendo es trabajar en un sistema de este tipo para medicina, que sería la primera aplicación de la tecnología desarrollada para Watson. En ese sistema, construido sobre múltiples servidores Power 7, no es la capacidad de cálculo lo que importa, sino su capacidad de procesamiento paralelo, para analizar datos desestructurados.
Queda en el aire la pregunta ¿qué buscaba IBM al exhibir su proeza científica en un programa de gran audiencia? Publicidad, sí, pero no en el sentido convencional. Por un lado, Estados Unidos ha entrado en una fase prolongada de recortes presupuestarios, y una parte considerable de los ingresos de la compañía proviene de sus ventas de sistemas a agencias gubernamentales. Al mismo tiempo, por primera vez China ha adelantado a Estados Unidos en el muy exclusivo club HPC (High Performance Computing), por lo que sería necesario un esfuerzo suplementario que evita un agravamiento de la brecha. Desde ambos puntos de vista, el golpe de efecto ante la opinión pública será muy útil.