IDC ha rebajado sus previsiones de crecimiento del gasto global en TI, y lo explica por la volatilidad de los mercados emergentes, en especial China y por la incertidumbre que prevalece en Europa, sin que Estados Unidos llegue realmente a despegar. Tratando de paliar la debilidad de la inversión de las empresas, la industria de las TI se ha puesto a buscar nuevas fuentes de crecimiento, y cree haber encontrado tres explotables de inmediato: cloud computing, big data e Internet de las Cosas. Las dos primeras han merecido la etiqueta The Next Big Thing, pero la tercera apunta a la metáfora máxima, The Next Big Bang. Mucho de lo que se dice y escribe tiene el aroma del marketing.
Abundan los pronósticos sobre el impacto económico del Internet de las Cosas (en adelante IoT), a cual más entusiasta. Cisco ha calculado la «oportunidad» en 14 billones de dólares [billones, no miles de millones] al final de la década. Gartner la rebaja a 1,9 billones de dólares, pero puede que las dos fuentes no hablen de lo mismo. Otra forma de medir el impacto es su magnitud física: en 2009 había en todo el mundo 2.500 millones de dispositivos conectados mediante su propia dirección IP – la mayor parte PC y smartphones – y en 2020 se espera alcanzar los 26.000 millones. De estos, sólo 8.000 millones serán de las categorías citadas, y el resto serán ´cosas` autónomas dotadas de sensores, que no requerirán la intervención humana para comunicarse con Internet.
Ambas métricas – dinero y conexiones – se combinan para valorar el negocio que se podrá generar. EMC, líder del mercado de almacenamiento, contribuye al discurso con su propia estimación: la proliferación de dispositivos conectados alterará el equilibrio de la economía de los datos en lo que llama universo digital. Actualmente, el 60% de la información digital acumulada reside en los mercados maduros (EEUU, Japón y Europa) pero en 2020 la mayoría de los datos serán aportados por los mercados emergentes, entre los que cita a China e India. Como es lógico esperar, el detonante será IoT.
Véase lo que opina el economista Michael Mandel: «el mayor potencial reside en las industrias que hoy no están digitalizadas, o lo están muy levemente». Internet – dice Mandel – ha transformado radicalmente las actividades intensivas en información (periodismo, entretenimiento, comunicación) pero apenas ha influído sobre las industrias físicas, como la fabricación o el transporte, que requerirán de millones de sensores y exigirán incrementar la capacidad de almacenamiento y de proceso.
Esquemáticamente, el IoT – hoy centrado en las comunicaciones de máquina a máquina (M2M), como en los aparatos de vending conectados para la reposición de bebidas o chocolatinas – no necesita un ordenador que configure su gestión de los datos. El aparato es por sí mismo capaz de identificar una red a la que conectarse, y se configura a través de una aplicación; los datos extraídos se suben a una ´nube` donde son procesados a los efectos del servicio de que se trate. Es el caso, por ejemplo, de la red de contadores eléctricos ´inteligentes` que está implantando O2, filial de Telefónica, en Reino Unido o de la experiencia de viticultura ´inteligente` en las Rias Baixas gallegas.
Para poner a prueba la tesis de Mandel, el mejor escenario es la industria automovilística. El «coche conectado», concepto que últimamente arrasa en las ferias y los suplementos de motor, es indivisible del avance del IoT. Se manejan dos acepciones: una que asocia el dispositivo móvil del usuario al vehículo, con fines de información o entretenimiento; la otra, hipotética por ahora, pretende convertir el coche en dispositivo, añadiéndole valor gracias a la conexión de sus múltiples sensores a sistemas externos (gestión de tráfico, aviso de averías, información para las aseguradoras, etc…). Que de todo ello se derive o no el big bang esperado, requerirá de articular en cada proyecto varias partes: microelectrónica, informática y servicios asociados, operadores de red, por un lado, los fabricantes de coches por otro.
Por tanto, IoT no es un mero paso adelante del Internet que conocemos. Es un salto un salto conceptual: partiendo de sus orígenes como sustrato de actividades académicas, pasando por la hegemonía de los mercaderes de datos, Internet debería alcanzar un estadio que con certeza necesita de entrada un modelo económico diferente. A diferencia de la web actual, que se ha basado en la adición y mejora de infraestructuras existentes, IoT va a requerir inversiones en infraestructuras nuevas, y para financiarlas hay que asegurarse de que no pasará lo mismo que con las redes de comunicaciones móviles, con una constante degradación de los ingresos.
General Electric, que no necesita presentación, prefiere la expresión ´internet industrial` pero usa indistintamente la de IoT. El conglomerado multinacional produce una variedad de máquinas que generan enormes volúmenes de información recogida por sensores que alimentan los servicios que vende a sus clientes, desde las aerolíneas a las compañías energéticas. Para ir más lejos en esa línea, se ha asociado con EMC en una filial común llamada Pivotal. El CEO de Pivotal, Paul Maritz – que antes lo fue de VMware – cree que las compañías tendrán que superar la herencia de sus infraestructuras para crear nuevos sistemas de información, cuya base será la presión de los datos obtenidos por IoT, que han de ser analizados en tiempo real para que sean ùtiles.
Los fabricantes de microprocesadores creen que en el futuro del IoT hay un nuevo filón: se trataría de ser capaces de producir un alto volumen a precios mínimos, lo que supone que han de invertir en software y en capacidades de servicio para compensar los ínfimos márgenes que se pueden esperar de los chips de silicio. Es una perspectiva para empresas como Qualcomm o Freescale: el mercado va a necesitar productos de bajo coste, modulares y de bajo consumo energético, una variante estructural del negocio convencional de Intel. Los llamados wearables son un terreno de pruebas excelente pero todavía inmaduro.
Las consecuencias se extienden a otros dominios. Gartner ha estudiado el impacto que el IoT tendrá sobre los datacenter, que más pronto que tarde van a recibir cargas de trabajo para las que no están preparados. Según el informe de Gartner, se plantearán nuevas exigencias de seguridad, de privacidad, de gestión del almacenamiento, etc. «Hay una tendencia muy actual a centralizar las aplicaciones para reducir costes y mitigar los riesgos de seguridad, pero no necesariamente es compatible con el impetuoso avance del IoT», subrayan los autores del informe.
Pero Gartner también advierte sobre un cambio ´cultural`: los veteranos de las TI, formados en la era cliente-servidor, afrontarán retos que no se reducen a la tecnología. Miles de millones de ´cosas`, sensores, máquinas y dispositivos – móviles en su mayoría – serán conectados a los centros de datos, lo mismo da que sean on-premise o cloud, en campos de aplicación hasta ahora no contemplados.
[publicado en La Vanguardia el 25/5]