China lleva décadas desempeñando el papel de fábrica mundial para todo tipo de productos, desde textiles hasta los chips. La nueva estrategia de desarrollo industrial del gigante asiático trata de dar un salto cualitativo: automatizar al máximo sus fábricas con robots industriales y tecnología propia. De ahí el interés de Midea, gran productor chino de electrodomésticos, por adquirir Kuka, uno de los principales fabricantes de robots industriales de Alemania. La oferta, de 4.500 millones de euros, fue cuestionada por el gobierno de Berlín, temeroso de que el país pierda un activo estratégico, por lo que intentó fraguar una contraoferta, aunque la dirección de Kuka recomendó aceptar la de Midea.
Kuka es poco conocida del público, pero se dedica a diseñar y fabricar robots industriales para grandes corporaciones, como Audi, BMW, Fiat o Boeing. Es el símbolo de la «cuarta revolución industrial», que en alemán llaman Industrie 4.0, consistente en fabricar con más automatización y mayor calidad, menor coste y más rapidez, con el corolario de utilizar menos mano de obra, sea cualificada o no cualificada. La única manera plausible de competir con China, se decía.
El elemento clave de la competitividad de la industria alemana es la fabricación de maquinaria sofisticada y su venta a empresas de otros países, especialmente asiáticos. La ecuación venía a ser, expresada groseramente, importar sus mercancías y venderles máquinas para que las fabriquen: un intercambio desigual en el que Alemania retiene la parte más estratégica y de mayor valor añadido de la producción industrial, aunque pierda empleo de baja cualificación, porque las plantas se van deslocalizando en Asia.
El riesgo evidente para Alemania, y para todos los países industrializados, es que la maquinaria se va estandarizando, es más sencillo diseñarla y producirla localmente. O copiarla, con lo que también se pierde otra parte lucrativa del mercado, los contratos de puesta a punto, mantenimiento, reparación y suministro de recambios. Por ejemplo, cada vez se imprime más en China, primero con rotativas de origen alemán y últimamente con otras de desarrollo local, con patentes propias. Es el camino recorrido antes por la maquinaria textil, que desde hace años no se fabrica en países occidentales.
El avance de China en el mercado más general de automatización industrial es tan evidente como inexorable. Ahora parece dispuesta a entrar en el segmento más complejo, el del software de automatización y en la fabricación de robots y máquinas herramienta sofisticadas, en las que Kuka está especializada. De ahí que en Alemania se dispararan las alarmas cuando, a mediados de mayo, se conoció la oferta de Midea, que se ha dado a conocer como fabricante de aparatos de aire acondicionado y de cocción de arroz al vapor. Los 4.500 millones de euros ofrecidos (115 euros por acción) eran difícilmente igualables. Además, Kuka pertenece a accionistas familiares, sin relación con ninguno de los grandes grupos, por lo que se la considera modelo de pyme industrial, o Mittelstand, alemana.
Se da la circunstancia de que Kuka tuvo un papel muy destacado en la Hannover Messe de finales de abril, y su stand fue visitado por Angela Merkel y su huésped Barack Obama. En las últimas semanas, el gobierno de Merkel intentó articular una contraoferta nacional, involucrando a Siemens y Bosch, y también al grupo suizo de ingeniería ABB; todos rehusaron. El asunto estuvo sobre la mesa cuando la canciller visitó China a mediados del mes pasado, ocasión en que dio un discurso exhortando a la apertura del mercado chino a más inversiones occidentales, en el entendimiento de que habría reciprocidad.
En los últimos días de junio, la operación se precipitó. Midea confirmó su oferta y prometió completa independencia de gestión a los directivos de Kuka. En el comunicado dirigido a la bolsa de Shenzhen, donde cotiza, la empresa china manifiesta públicamente que no va a reestructurar ni desmembrar la compañía alemana – hasta 2024 – y que preservarás las instalaciones y empleos en Alemania. Por añadidura, se compromete a respetar la confidencialidad de la información suministrada por los clientes.
Inicialmente, Midea tenía el 13,5% de Kuka y subordinaba su oferta a obtener al menos el 30%. El precio de las acciones de Kuka se ha disparado durante los dos últimos años, desde 10 euros a 90 euros en abril y a 110 euros a mediados de mayo. El compromiso ha surtido efecto, y el pasado fin de semana el grupo familiar Voith, que posee otros activos industriales, accedió a vender el 25% que poseía en Kuka, con lo que obtendrá de la noche a la mañana 1.200 millones de euros, una generosa plusvalía sobre su valor en libros. La familia Loth, que controla otro 10%, es partidaria de vender, con lo que la oferta china ya tendría asegurada la mitad de las acciones, en espera de que otros minoritarios cedan su parte.
Pese a las reticencias expresadas por el ministro de Economía, el socialdemócrata Sigmar Gabriel, la transacción sigue su curso, y se da por descontado que Kuka pasará a ser controlada por Midea. Por el lado de la compradora, esto supone acceder directamente – es decir, si discursos sobre reciprocidad – al mercado chino, así como un previsible aumento de su cifra de negocio.
Se da la circunstancia de que, mientras los accionistas de Kuka deshojaban la margarita, al otro lado del Atlántico la empresa Honeywell cerraba la compra de Intelligrated por 1.500 millones de dólares. Intelligrated, que era propiedad del fondo inversor Permira, es uno de los especialistas en la automatización de almacenes, entre cuyos clientes se encuentran Amazon y UPS, entre otros. Permira la compró en 2012 por 500 millones de dólares y el que haya triplicado su inversión en cuatro años es otra muestra de la fiebre en este mercado de la automatización.
Queda por ver en qué medida la casi segura adquisición de Kuka puede influir para que realmente China impulse la automatización de sus miles de factorías. Hay que tener presente que el país no sólo fabrica productos poco sofisticados. También es un gigante en el mercado de equipos para redes de comunicaciones, como revela el hecho de que Huawei sea líder mundial. En China se fabrica la mayor parte de los chips que se consumen en el mundo, y no precisamente los más simples, sino aquellos que incorporan la más alta tecnología de producción. En buena medida, esto es fruto de la mutua conveniencia de las empresas occidentales y el gobierno de Pekín, que ha autorizado la construcción de fábricas para surtir a aquellas y, por ese método, incorporar tecnología y actuar como trampolín para la industria local. Entre este año y el próximo, está prevista la construcción de 19 plantas de fabricación de chips (fabs) en China; más de la mitad estarán controladas por empresas chinas, en la mayoría de los casos con demanda garantizada por clientes occidentales. Sin frivolizar, esta es una revolución cultural.
[informe de Lluís Alonso]