Cuando Google vendió a Lenovo la mayor parte de los activos de Motorola Mobility, se quedó con algunos valiosos estratégicamente. Entre ellos, la mayoría de las patentes heredadas de la vieja Motorola, pero también el grupo Advanced Technology and Projects (ATAP), una célula de innovación cuyo primer fruto empieza a asomar: el Proyecto Ara reunirá esta semana su primera conferencia de desarrolladores, con cuyo concurso Google espera dotarse de un ´ecosistema` que cumpla en el hardware el rol que los creadores de aplicaciones han tenido en el éxito de Android. Con una diferencia importante, sin embargo: es altamente probable que los fabricantes de hardware miren con recelo el proyecto.
La premisa original es llevar al extremo la personalización del smartphone en función de las conveniencias de cada usuario. No es que este no tenga un buen número de opciones en la oferta disponible, pero vienen definidas por los fabricantes, por lo que deberá mantenerlas tal cual es en espera de la siguiente actualización. Esto, normalmente, concierne al software, porque el hardware es permanente e intocable.
En cierto modo, la modularidad que propone el grupo ATAP es un retorno al pasado, aunque finja mirar al futuro. Un cierto grado de do-it-yourself, en condiciones incomparablemente distintas a las que condujeron al nacimiento de los primeros ordenadores personales. En primer lugar, estos fueron una reacción al entorno centralizado de una informática que sólo dejaba espacio para terminales ´tontos`; segundo, se podía montar un PC con componentes comprados en una tienda de Radio Shack, o desmenuzar un Altair [así empezó Steve Wozniak el diseño del Apple I].
No está claro que aquella historia de los 70 pueda repetirse en nombre de la modularidad. Pocas personas tienen tiempo (y ganas) de seleccionar el componente que se adapte mejor a sus necesidades (suponiendo que sepan cuáles son esas necesidades) o la habilidad técnica (y la paciencia) para insertar cada uno de los módulos personalizables en la ranura que le corresponsan. Puede que al final, como ocurre con los PC, el usuario sólo pretenda un terminal bonito que funcione, y eso se lo ofrece la industria a precios decrecientes.
Según las encuestas, y según en qué mercados, el consumidor típico mantiene su modelo de smartphone, en promedio durante 27 meses antes de dar el paso a un modelo superior. Desde luego, a la industria le gustaría que la rotación fuera más frecuente, y hace lo que puede para acelerarla con novedades e innovaciones [no son sinónimos] que podrán, o no, justificar el desembolso para cambiar de modelo. Ahora mismo se observa que el lanzamiento del Galaxy S5 de Samsung presenta como modalidad promocional una oferta de renovación del modelo S3, cuyo objetivo sería modernizar el parque a más velocidad de la que espontáneamente seguirían los usuarios.
Una de las consecuencias posibles del proyecto Ara, si llegase a prosperar, sería un estiramiento del ciclo, en lugar de acortarlo. Si se ve la propuesta desde el punto de vista del consumidor, ¿por qué cambiar de móvil sólo porque el modelo Y trae una función – por ejemplo una cámara con más pixeles, suponiendo que la necesite – ausente en el modelo X? Bastaría con reemplazar un módulo antiguo por otro nuevo.
Tal como son las cosas hoy, los fabricantes de terminales ejercen el control del diseño y prestaciones de sus productos, no sin alguna fricción con Google acerca de la plataforma de software. Se puede colegir que no les agradará la idea de permitir que sean los clientes los que decidan qué componentes quieren en sus terminales, ya que esto abriría las puertas de sus fortines a competidores no name.
En su vertiente idealista, el proyecto trataría de movilizar a hobbistas [simil de aquellos lectores de la legendaria Popular Electronics] para agruparlos en una comunidad inspirada en el modelo open source, según el ejemplo de Rapsberry Pi, una excrecencia de Linux. No obstante, de la documentación publicada por Google ni por asomo se desprende que contemple un régimen de licencias open source, sino más bien en un férreo control sobre los límites aceptables a la iniciativa de los desarrolladores.
En la práctica, la clave del Proyecto Ara es la modularidad, concepto que dependerá de la existencia de ese bendito ´ecosistema` en el que se confía el desarrollo de módulos entre los que los usuarios podrían escoger. Cada módulo sería un componente integrado del producto final: cámara, procesador, wifi, almacenamiento, batería, etc, que el consumidor escogería a voluntad, para ensamblarlos en una estructura que sus creadores llaman endoesqueleto (o simplemente endo). El ensamblaje se haría encajando las piezas en su espacio mediante electroimanes y conexiones predefinidas pero modificables mediante una aplicación. Los diferentes componentes no tendrían por qué ser del mismo proveedor o marca, un asunto resbaladizo donde los haya.
Existe potencialmente el riesgo de descubrir que unos componentes no funcionan tan bien como otros, algo que la industria está habituada a resolver, pero en esta suerte de Frankestein electrónico quedaría en tierra de nadie. Está previsto, a juzgar por las fotografías y un vídeo de 3 minutos (en YouTube, naturalmente) que cada usuario pueda también personalizar las texturas, colores y otros rasgos estéticos.
El consumidor, en lugar de adquirir rutinariamente la configuración decidida por el fabricante, podría decidir qué piezas del puzle le interesan y encajarlas en el endo con el fin de personalizarlo. Luego podría ir actualizando los módulos según cambien sus necesidades o avance la tecnología. Como siempre da buena imagen tener a mano una causa ambiental, se argumenta que así se lograría una fuerte reducción de los residuos electrónicos.
No hay muchos más detalles acerca del embrión de proyecto Ara. O no los había hasta el mes pasado: al convocar la primera conferencia de desarrolladores, Google ha colgado en la web un MDK (modular development kit), documento de 81 páginas repleto de diagramas y esquemas de circuitos, apenas sin líneas de código. Consta allí que la última palabra la tendrá Google, lo que probablemente quiera decir que se reservará el derecho a compartir las patentes que se generen y a dictar las condiciones de licencia a los fabricantes de componentes que pudieran adherirse.
Según se anticipa, Google anunciará en la conferencia haber llegado a un acuerdo con la empresa 3D Systems para que los desarrollos del proyecto Ara se puedan transformar el prototipos con impresoras 3D. Más allá de este nivel, habría que recurrir a la industria establecida, que necesita escala y, que se sepa. no es partidaria de una customization fuera de su control.
Algún analista ha escrito que el intento tiene un carácter defensivo: poner orden en el rebaño de androides para evitar que los fabricantes de terminales sientan la tentación de poner distancias entre su hardware y la ortodoxia de Android tal como la entiende Google. O quizá todo sea más sencillo: arroparse en una comunidad de fieles, para poner sobre la mesa criterios futuros a los que tendrían que sujetarse los fabricantes porque, en teoría, estarán dictados por los usuarios. Incluso se especula con la posibilidad de que el verdadero destino de la iniciativa no sean los smartphones sino llevar la modularidad a otros productos en boga, los wearables que dejan más margen a la personalización.
La primera conferencia de desarrolladores, que se iniciará mañana – significativamente, en el Computer History Museum de Mountain View – permitirá medir el poder de convocatoria de Google, que se supone alto. Y quizá se deje atisbar el modelo de negocio en el que están pensando los gurús de la compañía.