Muchos testimonios apuntalan la tesis de que Mark Zuckerberg ha postergado la salida a bolsa de Facebook tanto tiempo como le ha sido posible. Pero lleva más de un año meses aceptando que el destino inevitable de su leyenda es Wall Street. Hoy mismo, sus abogados podrían presentar ante la SEC la documentación para iniciar ese procedimiento, y según se anticipa, en mayo comenzaría a cotizar una cantidad de acciones por 10.000 millones de dólares, a un precio que equivaldría a asignar a la empresa un valor total de entre 75.000 y 100.000 millones de dólares. Menos de 75.000 – escribe el Wall Street Journal – sería una decepción, más de 100.000 sería una audacia injustificable.
¿Vale 100.000 millones de dólares una empresa cuyos ingresos de 2011 habrían sido de 4.000 a 4.500 millones? Unos dicen que sí, otros que no, pero la respuesta del mercado no se conocerá hasta mayo, fecha prevista para la OPV. Ya no se habla de la burbuja, sino del futuro de Facebook. El razonamiento de los que dicen que sí es más o menos este: cada ciclo tecnológico ha tenido un líder dominante, y ese líder ha llegado a tener un valor bursátil de en torno a 200.000 millones. Con Microsoft y Google se cumple la regla, y no digamos con Apple, que cabalga airosa por encima de los ciclos. Los que dicen que no, han sido escépticos desde el primer día: Facebook acabará chocando contra sus propios límites, con gran estrépito
Dejando a un lado cábalas e hipótesis, es un hecho que Facebook es hoy el mayor receptáculo de tráfico en Internet, y el tráfico en Internet representa mucho dinero. Hay tres atributos que hablan en favor de una alta valoración inicial de Facebook: 1) sus 800 millones de usuarios activos, que podrían ser 1.000 millones antes de final de año, el 14% de la población mundial; 2) es el primer sitio en Internet que ha conseguido ´poseer` la identidad real de esa enorme masa de usuarios, aunque esto es y será fuente de muchos dolores de cabeza; y 3) Facebook, plataforma social por excelencia, ha resistido la tentación de atrincherarse detrás de contenidos propios, y en cambio la ha abierto a terceros para que sobre ella construyan aplicaciones y modelos de negocio compartido.
Estos son los activos de Facebook. Es opinable que valgan 100.000 millones, pero no hay duda de que ha alterado la naturaleza de Internet, gracias a una aplicación inteligente del llamado “efecto red”. Esto es lo que teme Google, pese a que ambas no compiten directamente.
Una operación de esa magnitud será un revulsivo. Ya no está de moda hablar de burbuja, pero es evidente que las salidas a bolsa de empresas de Internet en 2011 no han tenido el impacto esperado. La hiperpublicitada Groupon, un servicio asentado como LinkedIn o el campeón de los juegos Zynga (un satélite de Facebook, en cierto modo) no han podido defender la cotización de su primer día en la bolsa. La ola levantada por Facebook bien podría reflotarlas, pero también podría eclipsarlas.
Si se confirmase que la oferta de acciones sería de 10.000 millones de dólares, la de Facebook sería la cuarta mayor OPV en la historia de EEUU, tras las de Visa, General Motors y AT&T Wireless. Nada menos. La de Google en 2004 se quedaría pequeña, con sus 1.900 millones equivalentes a una valuación de 23.000 millones.
Si la perspectiva histórica sirviera de referencia, hay que recordar que de las grandes empresas de Internet que salieron a bolsa a partir de la segunda mitad de los 90, sólo Amazon y Google han seguido una trayectoria espectacular. La primera tocó el año pasado los 100.000 millones de capitalización (esta semana vale 88.000), y Google se ha multiplicado por 10 desde 2004, con una capitalización actual de 247.000 millones. No así Yahoo o eBay, ahora lejos de sus mejores días.
Es plausible imaginar el día después de la salida a bolsa de Facebook. Aun suponiendo que los inversores validen la ambición de Mark Zuckerberg, algo habrá cambiado. En primer lugar, el joven fundador, ahora con 27 años, tendrá que afrontar un nuevo oficio: gestionar una compañía que cada tres meses – y casi todos los días – estará bajo el foco de analistas e inversores. Al parecer, ha declarado que él no necesitará la tutela de un “adulto” (malévola alusión a los fundadores de Google), y que no permitirá que Wall Street altere su visión fundacional acerca de cómo creen él y sus colaboradores que debe funcionar el mundo. Se supone que Wall Street espera menos frescura y más disciplina.
Nadie dirá a Zuckerberg cómo debe vestirse (su costumbre de calzar sandalias es motivo de muchas bromas), pero tendrá que aprender nuevas artes de seducción, propias de una empresa cotizada. Nadie sabe qué grado de tolerancia tendrán las autoridades – y de rebote los inversores – hacia su concepción del que quizá sea el mayor problema de Facebook: el tratamiento de los datos personales de sus usuarios.
Correrá otro riesgo que no es despreciable: retener a los jóvenes veteranos que le ayudaron a construir su imperio. Un 30% del capital está en manos de empleados que, de la noche a la mañana, pasarán a ser multimillonarios: probablemente unos cuantos venderán sus acciones y buscarán otro destino para sí mismos y para su dinero.