Larry Page asumió como nuevo CEO de Google el lunes 4, y el viernes 8 hizo su primera jugada. Sin alterar el tablero, pero moviendo las piezas suficientes como para que se note de inmediato quién manda. El cambio organizativo es sutil, pero relevante, con el nombramiento de seis senior VP, con responsabilidades sobre otras tantas ramas de la compañía. Formalmente, Google pasa de un modelo de mando horizontal a otro vertical: los seis reportarán directamente a Page, con lo que se ha abierto la puerta de salida a Jonathan Rosenberg, quien como vicepresidente de productos actuaba como mano derecha del anterior CEO. Ah, por cierto, ¿qué futuro espera a Eric Schmidt?
La simplificación estructural, consecuencia del final del triunvirato que ha dirigido Google durante diez años – refleja el punto de inflexión en que se encuentra una compañía que el año pasado ingresó casi 30.000 millones de dólares, procedentes esencialmente de la publicidad en su buscador. Lo que puede verse como un signo del poder acumulado en el mercado, podría trasmutarse en vulnerabilidad a medio plazo. El año pasado, Facebook desplazó a Google como destino más visitado en Internet, primero en EEUU, luego globalmente, lo que no tiene por qué significar un vuelco en el flujo de publicidad online, pero las tensiones recientes entre Google y Facebook en torno al bloqueo de la API de contactos de la red social ilustran la gravedad del conflicto. Durante un año o dos, la hegemonía de Google está asegurada, pero es obvio que Facebook puede llegar a ser una amenaza muy seria para el núcleo de su negocio.
La debilidad de Google, por así decir, reside en su falta de acierto en las redes sociales, imperdonable a estas alturas. Durante años ha flirteado con la idea de incorporar en sus productos un componente “social”, pero han sido intentos fallidos: Wave desapareció sin dejar rastros, y Buzz encalló en las quejas sobre privacidad. Ahora parece que quiere introducir una capa de socialización en el buscador y en Gmail, pero no está claro que sea una respuesta suficiente contra Facebook o Twitter. Una prueba accesoria del problema es que – se dice – casi un 20% de los empleados de Facebook han trabajado antes en Google, migración que Schmidt creyó poder atajar subiendo las primas salariales.
Page ha tenido otra idea audaz: un 25% de los bonus de 2011 estarán condicionados al avance de Google en el área de los productos sociales. Para encabezar la ofensiva ha escogido a Vic Gundotra, hasta ahora vicepresidente de ingeniería, promovido a SVP con mando sobre esa rama de actividad, de la que se esperan novedades importantes en los próximos meses.
Si los seis nombres eran bien conocidos, ¿qué ha cambiado, además del rango? Primero: Page coloca todas las líneas de producto en el mismo plano que las dos dominantes (buscador y Android). Segundo: otorga a cada uno de los SVP una autonomía que sólo estará limitada por la autoridad del CEO (no olvidar que es cofundador y primer accionista). Se trata de un dilema que otras compañías han vivido, y hasta puede que un día el propio Page – o su discreto socio, Sergey Brin – descubra que el péndulo ha ido demasiado lejos, creando esos famosos “silos” que luego cuesta tanto derribar.
En las próximas semanas se conocerán un poco mejor los planes de Larry Page, pero los primeros comentarios subrayan un problema de fondo: la disciplina que necesta implantar implicará desprenderse de muchas de las ideas bonitas pero estériles que ha generado el ambiente de Mountain View, todavía más propio de una startup que de una multinacional de 24.000 empleados. El reproche más frecuente, en tiempos de Schmidt, era la necesidad de trapichear para que los proyectos individuales encontraran un cauce apropiado. En principio, Brin podría asumir un papel arbitral, para mantener el pulso de la innovación..
A todo esto, la pregunta del primer párrafo (¿qué futuro espera a Eric Schmidt?) no tiene fácil respuesta, todavía. El rol de superembajador, subordinado a las directrices de Page, no parece cuadrar en la personalidad del ahora chairman. Tal vez por esto ha cogido relieve una versión sobre su salto a la política. Desde hace semanas circula el rumor de su eventual designación como secretario de Comercio, en una inminente remodelación del gobierno Obama. ¿Es el hombre adecuado para el puesto?
La familiaridad con el presidente es un activo, si Schmidt realmente quiere abandonar Google por la puerta grande. Y para Obama también sería una manera de desmentir a sus adversarios que le acusan de practicar una supuesta política antibusiness. En tal hipótesis, Schmidt debería desmarcarse rápidamente de Google en los delicados contenciosos que la compañía tiene abiertos en Washington, generados y atizados durante su gestión al frente de la compañía.
Resulta como poco curioso que se piense en Schmidt para ocupar la secretaría de Comercio. Cualidades no le faltan, desde luego, pero Estados Unidos tiene dos asuntos críticos en sus relaciones con China: el yuan y el intercambio comercial, claramente favorable a la potencia asiática, por lo que el departamento de Comercio está en el ojo del huracán. El caso es que Schmidt carga con la reputación de haber jugado la carta de la confrontación con las autoridades de Pekín – dicen que por voluntad de Page – cuando decidió que Google no aceptaría la censura de su buscador. Para condimentar la situación, el actual secretario de Estado, Gary Locke – un perfecto inútil, según el Washington Post – será nombrado embajador en China a finales de abril. Ya falta poco.