Muchos habían aceptado (y repetido) la cifra como si fuera un axioma. ¿Cómo atreverse a discutirla? Así era hasta que Ericsson, en su Mobility Report interno difundido durante el Mobile World Congress, procedió a corregir discretamente su pronóstico original: de 50.000 millones de dispositivos conectados en 2020, ha bajado a 28.000 millones en 2021. El el actual CEO (rotatorio) de Huawei, Guo Ping, sube el listón a 100.000 millones de conexiones, pero en 2025 sería deseable que las expectativas tuvieran buenos cimientos. Porque, precisamente en el MWC, la industria empezó a delinear una hoja de ruta de cómo serán las redes que soportarán el Internet de las Cosas en la próxima década.
Será flexibles, dinámicas, virtualizadas y troceadas, se dijo; sus servicios, tarifas y velocidades se ajustarán a cada necesidad de los usuarios. La próxima fase, inmediata, será la aprobación a finales de este año o principios del próximo, de la norma mundial de banda estrecha para IoT (NB-IoT), que multiplicará por diez la velocidad de transmisión de las actuales redes 4G a la vez que consumirá mucha menos energía con cada envío de datos, y tendrá una latencia (tiempo de respuesta) muy mejorada. Estos atributos son básicos para que conectar decenas de miles de millones de dispositivos conectados: cuántas decenas y en cuánto tiempo, será siempre materia opinable.
En el MWC de este año se pudieron ver algunas demostraciones de lo que será NB-IoT, pero hasta que la norma quede fijada no se podrá pensar en despliegues reales; probablemente en la edición 2017 podrán verse los primeros equipos. De todas formas, todo será un apaño temporal: aunque esas redes bajen el consumo de energía por dispositivo y aumenten la velocidad, no parece que sean practicable alcanzar a corto plazo miles de millones de conexiones. De momento, sólo se unirán a la red los dispositivos que tengan una función y una aplicación definidas y rentables; tampoco está muy clara la forma de recolectar y gestionar los datos procedentes de distintos tipos de redes.
De lo que no hay dudas es de que el despliegue masivo de IoT no se producirá hasta que estén en servicio las redes 5G. Los planes expuestos en el MWC por los grandes fabricantes de equipos de red [Nokia, tras absorber Alcatel Lucent, Ericsson en su peculiar alianza con Cisco y Huawei, que no para de crecer, a los que en buena lógica se sumarían ZTE, NEC y Samsung en otro nivel] coinciden en que cuando sólo esté aprobada la norma mundial 5G podrá iniciarse el despliegue. Lo que debería estirar el horizonte de 5G hasta 2020-2023.
Se comprende la ansiedad de la industria ante la perspectiva de diseñar, construir y desplegar una nueva infraestructura global de telecomunicaciones. La idea matriz es adoptar diseños que permitan a sus clientes, los operadores, rentabilizar la inversión casi desde el principio, con modelos de negocio basados en la flexibilidad y las infraestructuras compartidas. Estos dos criterios harían posible provisionar diferentes servicios de extremo a extremo y tarifar en función de los requerimientos del usuario.
Lo que quieren evitar los fabricantes es que se repita un escenario en el que, creada la infraestructura, gran parte de los beneficios vayan a parar a los proveedores de aplicaciones, un lamento constante de los operadores. Si existe un modelo de negocio claro – piensan los fabricantes – la red se creará más rápidamente y su propio negocio se materializará antes.
El reto que plantean las redes 5G es colosal, porque una cosa es elaborar vistosos white papers y presentar demos controladas en una feria, y otra muy distinta es desarrollar en pocos años equipos que sean capaces de manejar tantos datos a velocidades vertiginosas y con la máxima calidad e integridad. Se argumenta, no sin fundamento, que hace diez años no existía el smartphone y ahora nadie puede vivir sin él, y que por lo tanto los desarrollos en telecomunicaciones han sido más rápidos de lo que se podía imaginar. Es verdad que lo mismo, o algo parecido, dicen las marcas de automóviles, los creadores de algoritmos o de inteligencia artificial; en cambio, no crecen la productividad y el empleo.
Lo primero que hacer antes de pasar a 5G para aumentar el número de conexiones IoT es mejorar la tecnología actual y la comunicación entre los módulos, que mayoritariamente se hacen vía GPRS. La aparición de NB-IoT ayudará a incrementar la conectividad, al consumir menos energía y dar cobertura ubicua, señales más fuertes y conexiones masivas. Lo segundo: que no sea la oferta la que proporcione más ancho de banda, conexiones y baja latencia, sino que sea la demanda la que pida esos atributos, y esto se conseguirá – dice el argumento – con una transformación de las industrias verticales. Lo tercero es crear una arquitectura de red definida por software, ágil y con capacidad para manejar grandes volúmenes de datos.
Hace tiempo que la industria maneja dos siglas SDN y NFV. La primera se refiere a una red definida por software, y la segunda a la virtualización de las funciones de red. Ambos conceptos son parte de los cimientos de las futuras redes 5G, con un núcleo dinámico y flexible, que pueda crear capas diferentes sobre las que basar múltiples redes lógicas pero con una infraestructura física compartida.
Podría haber, de esta manera, una serie de redes ajustadas al modelo de operador tradicional, pero lo suficientemente flexibles para que también existiera un modelo de infraestructura compartida y otro destinado al uso de industrias específicas. Simplificando: se pasaría de la red móvil actual, apta para atender la demanda de smartphones y tabletas, a otra centrada en «usos de IoT», como por ejemplo los coches conectados o instalaciones agrícolas controladas en remoto. De alguna forma, IoT originaría redes troceadas para distintos usos, según se desprende de las mesas redondas del MWC.
«El valor de la red 5G no está en la conectividad, sino en los datos y el conocimiento que se adquiere con ellos», proclamó Chuck Robbins, CEO de Cisco. Su vicepresidente Kelly Ahuja – en entrevista que este blog va a publicar la semana próxima – explicó que la arquitectura de la red 5G será distribuída y virtualizada en sus bordes, permitiendo subdividirla en función de diferentes servicios. Este nuevo concepto supone un enorme reto para los operadores de las actuales redes celulares, que deberán dar otra fisonomía a sus arquitecturas pero también a sus modelos de negocio.
La división de la red en capas que den paso a diferentes servicios hará que pueda optimizarse su uso. Kathrin Buvac, directora de estrategia de Nokia, sostuvo en un briefing con la prensa que la red 5G será «extremadamente fiable, tendrá latencias por debajo de un milisegundo y velocidades de transmisión mínimas de 100 megabits por segundo, con picos que pueden llegar a los 10 gigabits por segundo».
Dentro de un orden, casi cualquier ocurrencia se puede hacer con las redes 4G: el parque mundial de automóviles es de un millar de millones, y el mercado de unos 100 millones de vehículos; a ojo de buen cubero, los susceptibles de ser conectados en los próximos años no pasarán de 20 millones. Una cifra manejable para las redes existentes, pero por lo visto muy corta al lado de los pronósticos. En una palabra, se puede ir haciendo cosas sin necesidad de 5G, ni siquiera de 4,5G. Lo que no se puede hacer es todo a la vez.
Las conexiones de IoT se harán con muy poco consumo de energía y la comunicación entre máquinas tendrá costes bajísimos; las baterías de los dispositivos conectados deberían durar 10 años. Sólo si se cumplen estos requisitos tendrá sentido dar a la expresión IoT acepciones comerciales.
La expectativa que despierta IoT tiene explicación: la industria y sus clientes necesitan difundir sus mensajes entre los mercados de capitales, para que llegado el momento estos financien las inversiones en infraestructuras. Si así fuera, todos contentos.
[informe de Lluís Alonso]