Foxconn, de perturbadora notoriedad estos días, representa un sistema que las autoridades chinas quisieran desactivar, si pudieran: es un monstruo dentro de otro, la consumación de un modelo de crecimiento que ha agravado los desequilibrios demográficos y territoriales, y hasta se discute que sea un buen negocio para la economía china: según cálculos publicados por el South China Morning Post (editado en HongKong), por cada 100 dólares que esta empresa factura a Apple, sólo queda en el país un valor que no llega a 5 dólares; el resto son componentes producidos en Taiwan, Corea del Sur, Japón o Singapur. Los servicios logísticos son facturados desde Taiwan por la casa matriz.
Los clientes de Foxconn – Apple es sólo uno de ellos, normalmente un 15% de su negocio – también tienen motivos de inquietud por la sostenibilidad de este modelo de producción, al que deben el haber podido competir durante años con precios atractivos para el consumidor. Incluso si el gobierno de Pekin accediera a revaluar su moneda, como se le reclama con insistencia desde Occidente, el yuan tendría que apreciarse no menos de un 40% para que las fábricas estadounidenses o europeas pudieran producir en paridad teórica de condiciones.
Alarmada por los suicidios en serie de trabajadores de Foxconn, la prensa occidental ha recuperado el tópico de Dickens, pero bien podría haber evocado a Engels, uno de los padres del comunismo (Situación de la clase obrera en Inglaterra, 1845). La mayoría de los 420.000 trabajadores de Foxconn en Shenzhen cobran el salario mínimo de 900 yuanes (111 euros) mensuales por jornadas de 12 horas, cumpliendo con una concepción militarizada del trabajo. Su edad media oscila entre 17 y 24 años y proceden del interior del país; el sistema de permisos de residencia les restringe el derecho a habitar las ciudades donde trabajan, de modo que viven en dormitorios colectivos anejos a la factoría. Son, para entendernos, los perdedores de los dos procesos que China lleva tres décadas conjugando: industrialización y urbanización.
La actividad a la que se dedica Foxconn se conoce como EMS (Electronics Manufacturing Services) y ocupa la estrecha franja que separa la economía industrial y la economía de servicios: dos o tres decenas de compañías, con plantas dispersas por el mundo, prestan servicios de fabricación bajo contrato. China representa el 52,4% de esta actividad. En ningún otro sector la práctica está tan extendida como en la electrónica de consumo, que se caracteriza por una gran complejidad logística y ciclos de producto cada vez más cortos. La optimización de inventarios es clave para combatir la constante caída de los márgenes, y en ellos está el secreto.
Dicho de otro modo: nuestros gadgets son asequibles – y por tanto, masivos – porque hay empresas como Foxconn (y otras), que hacen el trabajo sucio; deberíamos metabolizarlo junto con la repugnancia moral que nos provoca la noticia. Charles Barnhart, consultor especializado en externalización, explica así el mecanismo: “en realidad, lo consustancial al sistema no es la explotación de la mano de obra, sino el dominio que se establece sobre la cadena de suministros, para tener bajo control los costes de materiales que cumplan con los requisitos contractuales de calidad”. Ciertamente, los clientes podrían cambiar de proveedor o diversificar sus fuentes – es lo más frecuente – pero les resultaría mucho más difícil reemplazarlos como prestatarios de la logística de distribución en todo el mundo, resume Barnhart.
Lo que está ocurriendo ahora con Foxconn es un síntoma de que el modelo está condenado, de que ha alcanzado los límites de la sostenibilidad. Y no es culpa de la recesión, sino del propio sistema: los ingresos de la industria EMS crecen al 7,2% anual, un ritmo que para sí quisieran otros sectores, pero que es la mitad del que disfrutó entre 2002 y 2007: cuando alcanzó su actual dimensión. Según los analistas de iSuppli, a partir de 2012 será imprescindible una consolidación que corrija el exceso de capacidad instalada.
Desde la perspectiva china, la concentración de esta industria en la provincia de Guangdong, en la costa meridional, empieza a tener efectos indeseables, por lo que ha decidido incentivar fiscalmente la instalación de nuevas fábricas en las provincias del oeste. Foxconn ya ha abierto tres fábricas en Shanxi, y la crisis de los suicidios no debería detener otra pieza de su estrategia, consistente en replantear su modelo de negocio, hoy volcado al 100% en la exportación, para crear una marca propia con la que satisfacer el ¿inagotable? apetito de la demanda interior.