Por primera vez desde 1956, año en que empezó a cotizar en bolsa, el fabricante electrónico japonés Sharp ha cerrado un trimestre con pérdidas, producto de una combinación funesta: caída de la demanda y fortalecimiento del yen. El primer cuarto del año se ha cerrado con un saldo negativo equivalente a 950 millones de euros. Sin embargo, el presidente de la compañía, Mikio Katayama, sostiene aún que cerrará con ligeros beneficios un ejercicio en el que sus cuentas han de absorber drásticos costes de reestructuración. Sharp es una de las muchas compañías tecnológicas japonesas que han visto cómo la apreciación del yen devoraba los beneficios obtenidos de la exportación.
Es un serio problema, tanto más doloroso cuanto mayor es su capacidad de producción en Japón. Sharp fabrica paneles de LCD, que en parte utiliza para sí misma y en parte revende a otras marcas de televisores. Su plan estratégico incluye una nueva planta en Sakai, cerca de Osaka, la primera del mundo de décima generación. A diferencia de otras empresas niponas que han puesto en cuarentena sus inversiones industriales, Sharp ha optado por lo contrario: adelantar cinco meses la puesta en marcha de esta factoría, en la que producirá sustratos de cristal líquido de mayores dimensiones, aumentando así la eficiencia y bajando significativamente los costes.
Katayama ha explicado así la decisión de iniciar la producción en octubre: “contar cuanto antes con la fábrica más competitiva del mundo será nuestra carta de triunfo a la salida de la crisis”. La inversión total es de 308.000 millones de yenes (2.900 millones de euros al cambio actual) para producir inicialmente 36.000 sustratos mensuales, cantidad que podría duplicarse en el futuro. Según informes recientes de analistas, la demanda de paneles LCD se está recuperando, si bien esta industria funciona con ratios de utilización inferiores al 70%. Sony – que hasta ahora dependía industrialmente de su encarnizado adversario Samsung – ha dado un giro para invertir en la planta de Sakai, a cambio de garantías de suministro a largo plazo.
Al mismo tiempo, Sharp desmontará una unidad de sexta generación de su planta de Kameyama, y la reinstalará en China, donde fabricará a costes que no podría conseguir en Japón, una manera de atender la creciente demanda local de televisores planos. ¿Es este un primer síntoma de viraje hacia un modelo de producción más cercano al consumidor final? Quizá, pero el razonamiento valdría, como mínimo, para China y la región asiática.
Otra especialidad de Sharp son los paneles para energía solar fotovoltaica, un mercado que no pasa por su mejor momento pero que representa el 7% de los ingresos totales de la compañía. En este caso, la drástica bajada de costes necesaria para revitalizar la demanda pasa por la adopción de la tecnología de células thin-film, en las que se consume menos silicio. Para esta producción, se construye otra fábrica en Japón.
Por primera vez desde 1956, año en que empezó a cotizar en bolsa, el fabricante electrónico japonés Sharp ha cerrado un trimestre con pérdidas, producto de una combinación funesta: caída de la demanda y fortalecimiento del yen. El primer cuarto del año se ha cerrado con un saldo negativo equivalente a 950 millones de euros. Sin embargo, el presidente de la compañía, Mikio Katayama, sostiene aún que cerrará con ligeros beneficios un ejercicio en el que sus cuentas han de absorber drásticos costes de reestructuración. Sharp es una de las muchas compañías tecnológicas japonesas que han visto cómo la apreciación del yen devoraba los beneficios obtenidos de la exportación.
Mikio Katayama
Es un serio problema, tanto más doloroso cuanto mayor es su capacidad de producción en Japón. Sharp fabrica paneles de LCD, que en parte utiliza para sí misma y en parte revende a otras marcas de televisores. Su plan estratégico incluye una nueva planta en Sakai, cerca de Osaka, la primera del mundo de décima generación. A diferencia de otras empresas niponas que han puesto en cuarentena sus inversiones industriales, Sharp ha optado por lo contrario: adelantar cinco meses la puesta en marcha de esta factoría, en la que producirá sustratos de cristal líquido de mayores dimensiones, aumentando así la eficiencia y bajando significativamente los costes.
Katayama ha explicado así la decisión de iniciar la producción en octubre: “contar cuanto antes con la fábrica más competitiva del mundo será nuestra carta de triunfo a la salida de la crisis”. La inversión total es de 308.000 millones de yenes (2.900 millones de euros al cambio actual) para producir inicialmente 36.000 sustratos mensuales, cantidad que podría duplicarse en el futuro. Según informes recientes de analistas, la demanda de paneles LCD se está recuperando, si bien esta industria funciona con ratios de utilización inferiores al 70%. Sony – que hasta ahora dependía industrialmente de su encarnizado adversario Samsung – ha dado un giro para invertir en la planta de Sakai, a cambio de garantías de suministro a largo plazo.
Al mismo tiempo, Sharp desmontará una unidad de sexta generación de su planta de Kameyama, y la reinstalará en China, donde fabricará a costes que no podría conseguir en Japón, una manera de atender la creciente demanda local de televisores planos. ¿Es este un primer síntoma de viraje hacia un modelo de producción más cercano al consumidor final? Quizá, pero el razonamiento valdría, como mínimo, para China y la región asiática.
Otra especialidad de Sharp son los paneles para energía solar fotovoltaica, un mercado que no pasa por su mejor momento pero que representa el 7% de los ingresos totales de la compañía. En este caso, la drástica bajada de costes necesaria para revitalizar la demanda pasa por la adopción de la tecnología de células thin-film, en las que se consume menos silicio. Para esta producción, se construye otra fábrica en Japón.