23/03/2015

23Mar

Quince años. En el trasiego de estas semanas, se me pasó comentar el aniversario del reventón de la burbuja de las puntocom, de marzo de 2000. Aniversario que, casualmente, ha coincidido con otro hito: el índice Nasdaq ha vuelto a los 5.000 puntos, el 10 de marzo, despertando aquella recurrente discusión acerca de si la burbuja podría repetirse. Claro que podría, pero no es lo que está ocurriendo, ni históricamente las burbujas repiten las pautas de las precedentes.

Una estampida de accionistas asustados por su propia insensatez provocó en marzo del 2000 que el índice cayera brutalmente, y para finales del año había perdido la mitad de su valor, siguió perdiendo gas durante los dos años siguientes. La cicatriz tardaría mucho en cerrarse, y el nivel máximo no se recuperó hasta este mes. Entretanto, muchas cosas han cambiado.

El ascenso de los últimos años no ha sido irracional, no se ha nutrido de expectativas huecas sino del incremento de beneficios y dividendos de las cotizadas en ese mercado, que ha ido atrayendo una mayor diversidad. Y, por cierto, se ha depurado de aventureros: en 2000, excedía en un 200% al mucho más representativo indice S&P; hoy está un 20% por encima. Ha ganado en sensatez: colectivamente, los beneficios de las compañías del Nasdaq ascendieron 120 veces en los meses anteriores al estallido; en 2014 el crecimiento ha sido del 21%.

Aquella burbuja fue provocada por una fiebre en torno a Internet. La audiencia online había llegado a 400 millones, que hoy son más de 3.000 millones sin que nadie pierda la cabeza por ello. La publicidad online, que ingresaba menos de 8.000 millones, ha subido a 50.000 millones en Estados Unidos en el mismo período. Pero hay un equívoco en quienes creen que el Nasdaq Composite es un índice de startups.

El cambio más importante es que los principales motores de este mercado no son estrellas fugaces como aquellas que se evaporaron tras la burbuja, sino grandes compañías tecnológicas, ricas y muy rentables, no expuestas a oscilaciones bruscas. Apple, la principal fuente del calentamiento actual, representa el 10% de la capitalización total; nos puede parecer poco o mucho, pero nadie dirá que es una empresa inestable [aunque su valor bursátil llegó a caer un 40% tras el poco feliz lanzamiento del iPhone 5 en 2012]. Además, Apple ejerce lo que ha dado en llamarse ´efecto halo`, empujando al alza a otros que giran en su órbita.

Lo que impulsa a los inversores de hoy no es la expectativa de una espiral de capitalización, ni tampoco los indicadores de Internet, sino algo tan clásico como el rendimiento: en tiempos de intereses planos o negativos, la bolsa ha vuelto a ser una buena opción; esta es la principal explicación de los 5.000 puntos actuales.

Dicen que se han moderado las prisas por salir a bolsa, pero que en la periferia del Nasdaq hay unas 80 empresas que han alcanzado un valor hipotético de 1.000 millones de dólares [y no todas los valen realmente] que esperan monetizar a través de una adquisición. En el auge de las puntocom, hubo quienes destinaron el dinero de los inversores de riesgo para comprar usuarios [paying for eyeballs, se llamaba esta práctica, hoy sospechosa] y eso las llevó a la ruina. Podría volver a ocurrir a quienes se tomen demasiado en serio la cifra de descargas de aplicaciones y juegos, para acumular usuarios que quizá nunca se moneticen. Y, por cierto, la industria del venture capital ha aprendido la lección.


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