El experimento ha terminado. Desde el martes, ya no es posible comprar unas Google Glass, un concepto fallido que vuelve al laboratorio para renacer (tal vez) como un producto distinto. Lanzadas por Google en abril de 2012, fueron proclamadas ´mejor innovación del año` por la revista Time y ´chorrada de la década` por el semanario satirico The Onion. Pero si el plan era abrirles un hueco en el mercado, no lo ha conseguido, al menos como producto de consumo.
Pero, al menos, el invento ha avivado la imaginación de unos cuantos desarrolladores, que ahora se sienten abandonados. Al primer post anunciando la retirada, siguió otro comunicado de Google puntualizando que nunca pretendió otra cosa que explorar cómo se usaría esta tecnología en la vida real; una vez recogido el feedback, el programa se cancela… por ahora. Es una excusa muy en el estilo de una compañía que nunca confiesa un fracaso, pese a tenerlos como cualquiera que intenta hacer algo nuevo.
¿Por qué han fracasado las Google Glass? Humildemente, me parece que nadie se atrevió a contradecir al cofundador de la compañía, Sergey Brin – menos dotado para los negocios que su socio Larry Page, se arrogó el rol de visionario en jefe – primer impulsor del invento. Por supuesto, Google puede permitirse tener un cofundador enredando con ideas exóticas, lo que no puede es transformar en oro todo lo que toca.
El segundo error ha consistido en no calibrar los «casos de uso» del nuevo producto. En lugar de preguntarse si respondía a alguna necesidad, se creyó que bastaría con que algunas celebrities se dejaron ver con las Google Glass para que se popularizaran, y así ocurrió, sólo que entre unos pocos audaces con el desparpajo que hace falta para lucirlas en público y aguantar pullas y protestas. Una caricatura de cómo debería pensarse el lanzamiento de un producto de consumo.
En Google hay muchos tipos geniales, y muchos «apasionados por la tecnología», combinación que ha producido futuribles destinados a no llegar nunca al mercado. Entre tanto capricho, alguno dará en el clavo, eso es todo. En la misma conferencia de 2012 en la que Brin presentó las Google Glass, también se mostró Nexus Q, una bola negra definida como «primer reproductor multimedia social»: un mes y medio después se postergó su comercialización, y nunca más se habló del invento. Ha pasado otras veces, y volverá a pasar. ¿Se puede confiar en el éxito del Proyecto Ara, de móviles modulares supuestamente para consumidores en los países emergentes?
Uno de los rasgos más llamativos de Google es su incongruente relación con el hardware, que en su modelo de negocio es la esfera de los partners. Quizá sea este su pecado original: el muy lucrativo negocio publicitario se ha construído observando comportamientos online, e ignorando que en la vida real tienen (todavía) más relevancia los artefactos. Curiosamente, el desarrollo de unas futuras Google Glass – presuntamente destinadas a aplicaciones profesionales, no al consumidor – pasa bajo responsabilidad de Tony Fadell, quien llegó a Google como inventor del termostato Nest pero antes había estado en Apple como miembro del equipo que diseñó el iPod.
A propósito: es notable la diferencia con Apple – que también tuvo fracasos sonados – donde todas las ideas debían pasar por la prueba suprema de convencer a Steve Jobs. Cuando se aduce que la desaparición de este ha detenido el impulso de innovación de la compañía, lo que se quiere decir es que ese mecanismo no ha sido bien reemplazado por el colectivo de acólitos huérfanos del genio. Desde su muerte, el único producto realmente nuevo será el Apple Watch… y aún le falta salir al mercado.
Estos días he leído que Phil Schiller, uno de los conspicuos colaboradores de Jobs, ha dicho que la muerte de las Google Glass era previsible: «nunca he podido entender cómo gente inteligente pudo pensar que esa cosa interesaría a la gente normal».