Lo de menos es saber si los hackers que han atacado la red de Sony Pictures son norcoreanos, mercenarios u oportunistas. Lo que está claro es que la compañía japonesa no ha aprendido nada de sus desventuras anteriores con esta clase de enemigos. En 2011, sufrió un apagón masivo durante un mes de su servicio de videojuegos online, con el añadido de fuga de datos sobre millones de usuarios. Desde entonces, contrató dos jefes de ciberseguridad que antes habían sido altos cargos en los organismos del gobierno federal. De poco ha servido, puesto que volvió a ocurrir lo mismo, brevemente, en agosto de este año. A finales de noviembre fue saqueada la base de datos de Sony Pictures, con las consecuencias que todos sabemos. El goteo de revelaciones podría ser infinito, a menos que Sony renuncie a una película satírica sobre el líder de Corea del Norte.
La cosa no tiene maldita gracia, aunque algunos idiotas se regocijen en Twitter. El daño para Sony es irreparable, tanto si accede al chantaje como si no. Ha llamado mi atención que a la compañía no se le ocurriera mejor contramedida que amenazar a los medios con querellas si publican las ´informaciones` facilitadas por los hackers. Lo que Sony no ha entendido es que en la era de Internet estamos todos expuestos, víctimas de nuestro narcisismo o indiscreción –incluso quienes creemos no tener esos defectos – a la vista de quien quiera atisbarnos, asaltarnos o difamarnos. No es lo que esperaban Tim Berners Lee, Vinton Cerf y otros «padres de Internet», pero ahí está.
Se ha suscitado un debate interesantísimo. Aaron Sorkin, famoso guionista y productor – El Ala Oeste de la Casa Blanca, The Newsroom y el biopic sobre Mark Zuckerberg – ha publicado en The New York Times un artículo en el que invita a la prensa a negarse a ser instrumento de los chantajistas. Publicar ese material – escribe – sería «un acto moralmente traicionero y deshonroso». Lo sustancial del argumento de Sorkin es que no hay razones de interés público: los salarios de los ejecutivos de Sony no tienen la relevancia social de los papeles del Pentágono o las revelaciones de Edward Snowden, etcétera. .
Simpatizo con la opinión de Sorkin, aunque no dejo de ver que su reacción está motivada por las revelaciones que puedan afectarle. Pero creo que no sea escuchado. El dilema moral que en su día se plantearon los diarios serios y responsables a la hora de publicar documentos-robados-que-habian-recibido, para contrastarlos y contextualizar esa materia prima dándole credibilidad y relevancia social, no regirá en este caso. Entre otras razones, porque miles de blogueros y ´medios` de chichinabo actuarían gustosamente como cajas de resonancia. El morbo y la maledicencia harán el resto.
Nos guste o no, todo aquello que confiemos a un ordenador conectado a una red es, esencialmente, susceptible de ser visto y utilizado torticeramente por terceros, sean delincuentes o agentes de la ley. Ninguna red, ningún servidor, es absolutamente seguro; ninguna marca está absolutamente protegida. Que cada uno saque sus consecuencias.