15/09/2015

15Sep

La expectativa era tal que Apple escogió el Bill Graham Civic Auditorium, 7.000 plazas de aforo, como escenario de su presentación de nuevos productos, el pasado día 9 en San Francisco. La cobertura mediática fue buena, pero los inversores no se dejaron impresionar. Según el Wall Street Journal, «que la acción de Apple siga cotizando muy por debajo de su máximo del año, es una muestra de inquietud por el hecho de que la compañía no tiene productos revolucionarios que anunciar». Desde el punto de vista bursátil, poco ha cambiado en los días siguientes: la acción sigue baja. Hace poco, cuestionar las decisiones de Tim Cook y su equipo era anatema; de un tiempo a esta parte es un juego corriente.

El reproche recurrente sobre la supuesta pérdida de energía innovadora de Apple – que suele aderezarse de nostalgia por el difunto Steve Jobs – resulta cansino, pero tiene la virtud de mover las redes sociales. «Apple ya no es capaz de reiventar el mundo», escribía un sabihondo. Otro se quejaba de que los productos anunciados en los últimos tiempos «son evolutivos, no revolucionarios».

Estas opiniones parten de un equívoco: ninguna tecnología es realmente revolucionaria, puesto que todas se apoyan en el estadio precedente. A quienes dicen que Apple no ha creado nada nuevo desde la muerte de Jobs, habría que recordarles que su mayor éxito, el iPhone, antes de revolucionar el mercado fue la resultante evolutiva de tecnologías (ajenas) que confluyeron en aquel preciso momento. Por no hablar del iPod, que seis años antes había iniciado una revolución en el mercado musical – que se consumaría con iTunes – siendo a priori «otro» reproductor de música. En cambio, el Newton (1987) salió demasiado pronto, mientras que Palm retomó el concepto en el momento oportuno.

Puede decirse que la única sorpresa de la presente ola de nuevos productos es, en todo caso, la ausencia de sorpresa. Todas las novedades eran esperadas. Por primera vez, el iPhone – los modelos 6S y 6S+ – no fue el protagonista, y lo más destacable es la sensibilidad de su pantalla (3D Touch). Se trata, pues, de una novedad típicamente evolutiva, con la que Apple no busca una ´disrupción` sino mantener la costumbre de presentar modelos S en años impares. Como respuesta a las objeciones, Apple hizo saber ayer que el pasado fin de semana, el primero desde el anuncio, las órdenes anticipadas han superado las del año pasado en similar ocasión.

Puede que el anuncio más relevante fuera el iPad Pro, con el que Apple eleva el listón de los ´casos de uso` profesionales. Quiere contrarrestar la pérdida de vigor del mercado de tabletas, incluída la suya; a la vez, trata de reforzar sus acuerdos con IBM y Cisco, de los que espera ganar un lugar en el mercado empresarial. Durante la presentación en San Francisco, incluso se sugirió que el papel futuro de iPad Pro es ocupar un segmento de mercado que ahora se considera ´natural` del Mac Air [por cierto, el último Mac fue anunciado en diciembre del 2013, curioso estancamiento].

El iPad Pro es el más potente de la familia y presenta la particularidad de una nueva CPU basada en el procesador A9x. Es 1,8 veces más rápido que la presente generación, y duplica su rendimiento gráfico. Aparte del tamaño de pantalla, el mayor cambio es la adopción del lápiz [rompiendo con otro dogma jobsiano] y un teclado, que Apple venderá directamente en perjuicio de los fabricantes de accesorios.

En cuanto al famoso Watch, el único cambio es significativo: tendrá un sistema operativo nativo: Watch OS2, que es una manera de reconocer las dificultades para atraer desarrolladores de aplicaciones. Si esto confirma o niega los rumores sobre un arranque mediocre de las ventas, no será Tim Cook quien lo aclare. Algo parecido ocurre con Apple TV, que incorpora un sistema operativo ad hoc, además del asistente virtual Siri. Son pasos en la buena dirección, pero no revolucionarios. No hay motivo para que nadie se sienta defraudado. Al menos es mi opinión, como usuario no incondicional de la marca.


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