Habría que remontarse a febrero del 2012 para encontrar un precio tan bajo de la acción de Apple, que ayer tocaba los 480 dólares. Desde septiembre, se han desvanecido 200 millones de dólares de capitalización bursátil. Es comprensible el ruido sobre este fenómeno, aunque nadie ha dado todavía una explicación convincente. Sobre llovido, mojado: ante la proximidad de la junta de accionistas, un inversor ´activista´, llamado David Einhorn, ha reclamado que se apruebe una emisión de acciones preferentes para distribuir entre los accionistas una parte de los 137.000 millones de liquidez, que crece sin cesar. Hace un año, la cifra era de 98.000 millones, y el director financiero admitía cándidamente que esa cantidad era «mucho más de lo que necesitamos».
Anoche se esperaba la intervención de Tim Cook en un foro de Goldman Sachs, en la que podría decir algo al respecto. De momento, sólo se ha comprometido a considerar la idea de Einhorn, pero rechaza presiones. El momento no podría ser más inoportuno, porque muchos inversores institucionales se han desprendido de acciones de Apple, temerosos de que el crecimiemto haya tocado techo [no es lo que sugieren las cuentas, pero seguro que ellos saben cosas que este cronista ignora]. Interesante: un profesor de corporate finance [les evito el nombre impronunciable] escribía ayer que Apple «debe cambiar su narrativa, que hasta ahora ha girado casi exclusivamente en torno a los smartphones, un mercado lucrativo en el que la competencia forzará inevitablemente una caída de los márgenes».
Dejando esto de la narrativa para otro día, resulta que Apple no es una empresa rácana con sus dividendos; todo lo contrario. El problema mayúsculo es que un 70% de los activos líquidos, unos 94 millones de dólares, están inmovilizados fuera de Estados Unidos. Si, para satisfacer a Einhorn y otros como él, Apple decidiera repatriar esos fondos, el coste fiscal podría implicar una merma entre el 8 y el 10% en su beneficio neto.